La
mente es el proceso cognitivo e intelectual que culmina
la expresión de la forma de ser de una persona. Cada
persona tiene una mente diferente, aunque el proceso lógico y
neuronal sea el mismo (sinapsis y comunicación celular), la forma en
la que se expresa la mente depende de algo superior: su
conciencia.
El
estado de conciencia de una persona se define como la capacidad
de contemplar la verdadera realidad, diferenciando lo real de lo
ilusorio y el bien del mal. La
conciencia es lo que somos en esencia. Un testigo que ve la
proyección de su propia historia en la pantalla de la vida. La
película es la conciencia y el proyector es la mente.
En la
vida, mente y conciencia no pueden vivir la una sin la otra, ya que
son las dos polaridades de un todo. La cercanía entre ambas y la
inconsciencia que tenemos, nos lleva a que seamos conscientes desde
una perspectiva subjetiva de la mente, viendo el bien
y el mal desde
la educación cultural y desde lo que ha sido bueno o malo para en el
pasado de cada uno. Es
por ello que ser consciente también significa diferenciar lo real de
la ilusión. La
conciencia sería la parte inocente, amorosa e invulnerable,
omnipresente en tiempo y espacio. La mente sería el ego, la parte
temporal, atemorizada y que se siente separada de sí misma y del
mundo que le rodea.
Con
las gafas de la mente, la conciencia ve un mundo que no existe,
porque no está basado en experiencias objetivas y complementarias.
En cada hecho siempre existe una perspectiva positiva y otra
negativa, formando un equilibrio. Nosotros generalmente elegimos la
negativa o, al menos, la que resultó más intensa a nivel emocional.
Por ello, el primer movimiento para aprender a usar la mente, sería
ser consciente de nuestra propia conciencia y de la capacidad de ser
algo diferente a lo que creemos ser. Ken
Wilber, escritor
estadounidense y propulsor de la psicología transpersonal, le llama
la "trans-conciencia".
Que sería la capacidad de ir más allá de la propia conciencia,
situándose en una conciencia superior y desde ahí, usar la mente.
La
mente es una herramienta de la conciencia y cómo tal, hay que saber
usarla. Cuando te miras al espejo lo único que puedes ver es tu
cuerpo. No puedes ver los valores, la personalidad, las creencias...
esos atributos están en la mente y, por lo tanto, forman parte de tu
percepción inconsciente, creados como consecuencia de las
experiencias pasadas. Entonces, cuando
te miras, ¿te ves a ti o a tus conceptos sobre ti?
La
importancia de ser conscientes de nuestra propia condición de un
ser que es consciente,
arroja una mirada que no puede quedarse en la mera interpretación de
la vida. Aún escuchando a la voz en la cabeza que nos dice cómo
deberían de ser las cosas, no hacerle necesariamente caso y no creer
todo lo que dice, abriéndose a la posibilidad de una visión más
profunda desde esa conciencia superior.
La
percepción profunda se aleja de la mente aunque pasa a través de
ella. Aquí la mente es una herramienta de contemplación
Transpersonal con la cual, vemos nuestra programación desde un
testigo que se sorprende y autoindaga en su propia personalidad.
Escuchando a la voz mental como quien escucha a un niño asustado
para comprenderlo y ayudarle.
Al ser
consciente de este proceso, uno puede escuchar a la mente sin ser su
súbdito y usarla como el espejo del que hablábamos. Para así
encontrar nuestras limitaciones, patrones dañinos u otros aspectos
que, en otras ocasiones, han
sido justificaciones para culpar a otros, porque eso nos decía la
voz.
Cuando
somos conscientes de nuestra propia conciencia, la mente no puede
dominar. Porque
una persona consciente decide en cada instante si seguir a la mente o
al corazón. Entonces, ¿para
qué sirve ser conscientes y desarrollar una mirada más profunda de
la vida? Para
vivir la vida que realmente queremos, cambiar aquellas partes que nos
limitan y potenciar otras, crear relaciones más sinceras y honestas,
tanto en el trabajo, la pareja y la familia, como con nosotros
mismos.
También nos ayuda a vivir mejor los momentos difíciles que
todos pasamos de vez en cuando, no sufrir el diálogo dramático de
la mente, volver a nuestra naturaleza apasionada que juega con la
vida. Con experiencias la persona va desarrollando una maestría para
actuar que nace desde una profunda sabiduría, pudiendo sostener
emociones positivas y negativas, pensamos positivos y negativos,
momentos positivos y negativos, desde un estado amoroso, inocente y
pacífico.
HÉCTOR
IBÁÑEZ
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