Vamos
a tener miedo siempre. No, no te asustes, no es malo ni bueno, es lo
que es. Siempre
hemos pensado que la felicidad es no tener miedo o no tener problemas
cuando en realidad es convivir con ellos.
Sentir
que incluso en el momento más complicado, estás en paz contigo y te
sientes de tu parte. Es encontrar ese equilibrio y esa coherencia que
te permiten mantenerte en pie a pesar del balanceo, como esos muñecos
con una base redonda de peonza que se mueven en muchas direcciones
cuando los zarandeas pero siempre acaban encontrando ese punto
estable. Si no aprendes a mantener el equilibrio durante el zarandeo,
siempre estarás preocupado por si algo o alguien te zarandea… Lo
que me llevó a pensar que sin zarandeo no hay equilibrio. Aunque
cansa y te deja agotado muchas veces porque todo se repite en la vida
una y otra vez y no le ves un sentido.
En
algún lugar parece estar escrito que si no te preocupas, no eres una
persona responsable. Como si sufrir fuera un peaje a pagar para que
la vida te deje un poco en paz y puedas pasar por este trance con un
poco de calma, aunque sin pena ni gloria… Como si pasándolo mal te
ganaras el derecho a merecer cosas buenas en tu vida.
Hace
años, a pesar de llevar una vida que ahora podría definir como
cómoda, pensaba que llegaría un día en que todo estaría
controlado, que todo sería perfecto. Era como si me reservara para
ese día, para sentirme plena y feliz entonces. Cuando tuviera un
buen trabajo, una buena relación y me mirara al espejo y me gustara
lo que viera. Pensaba que si todo estaba alineado en mi vida, eso me
daría fuerzas para producir más, ser más eficiente, estar más
guapa y delgada y ser mejor persona. Era como si esperara una especie
de conjunción astral para poner en marcha un mecanismo de felicidad
en mi vida.
Mientras
tanto, no me permitía descanso de reproches, quejas y me exigía
siempre sin poner un límite. Era como si creyera que conseguir ese
estado de perfección en mi vida dependiera de mí absolutamente,
como si yo pudiera forzar las situaciones y hacer que las cosas
sucedieran exactamente como yo deseaba… Y que fueran perfectas
porque así yo podría ser perfecta.
Pensaba
que con todo de cara y a mi favor siempre sería más fácil
conseguir esa vida soñada en la que todo es como debería, como yo
creía que debería ser para poder mantener esa felicidad anhelada.
Era como si esa felicidad fuera un lugar concreto en una cima muy
alta desde la que pudiera contemplar mi vida sin temor a que ya nada
me preocupara o me pudiera atacar, un lugar inalcanzable desde el que
poder defenderme si algo perturbaba esa perfección y donde pudiera
soltarme y vivir en paz.
Eso
no va así. La
paz no es la consecuencia de la felicidad, es la causa.
No es un lugar ahí afuera al que llegar, es un espacio de silencio
dentro de ti en el que decides quedarte a pesar de las
circunstancias, un estado de ti mismo desde el que observas tu vida y
la sientes pero no te araña, en el que asumes tu responsabilidad
pero no te tragas la culpa de nada… Un estado de tu ser que no se
altera a pesar de nada.
Forcé
mucho las cosas. Y es verdad que hay que hacer para que las cosas
pasen, pero sin romperse por el camino. Porque hay tantas cosas que
no dependen de uno mismo y que nos pasamos la vida intentando
controlar y medir y arreglar y reconducir… Hay cosas que debemos
hacer que sucedan y otras que tenemos que dejar que nos sucedan.
A
menudo nos hacemos trampa y evitamos hacer las que nos asustan porque
creemos que no daremos la talla o porque nos avergonzamos de nosotros
mismos y no queremos exponernos a las críticas de los demás, sin
darnos cuenta que evitarlas no nos priva de la propia crítica y de
la culpa que sentimos. No hacemos lo que depende de nosotros y sin
embargo nos esforzamos mucho en querer cambiar lo que no está a
nuestro alcance. Y nos enfadamos y resistimos a abandonar esa acción
cuando nos desgasta enormemente y nos hace sentir vacíos.
En
muchas ocasiones, he dejado de hacer cosas porque estaba convencida
de que no las haría bien y temía quedarme a medias. Me sentía tan
poco merecedora de conseguirlas que me rechazaba a mí misma antes de
que el mundo me rechazara porque no podía soportar otra decepción
más. Cuando has intentado por todos los medios conseguir algo y te
has esforzado mucho, hay un día en que esa sensación de vacío
cuando el premio no llega se vuelve insoportable. Y dejamos de hacer
lo que toca hacer y lo que no para dejar de sufrir.
Mientras
yo me reservaba para ese momento perfecto en el que los planetas iban
a alinearse para que mi vida fuera la vida soñada, me sentía en
provisional. Me costaba tomar decisiones para cambiar cosas porque
estaba esperando el momento perfecto. No asumía según qué retos
porque esperaba a que la incertidumbre se marchara de mi vida y yo
sintiera la confianza necesaria para sentir que podía. Nunca se fue
y la confianza no llagaba y pasaban los días y los años.
No
voy a hablar de trenes ni de oportunidades perdidas. No importan en
realidad. Lo único que importa es la paz de estar bien contigo. Y
esa paz no depende de que los planetas se alineen ni de que las
circunstancias sean perfectas, depende de ti. Incluso en el peor
momento, puedes decidir no reprocharte nada y no culparte y a pesar
de que tu vida no sea como la sueñas y deseas, mirarte al espejo y
reconciliarte contigo…
Ese
momento en el que la incertidumbre sigue latiendo en tu pecho y
desmorona tu vida y te zarandea la agenda y las emociones y a pesar
de todo decides no vivir de forma provisional… Decides no esperar
para ser feliz y apreciar lo que eres y amarlo sin condiciones… Ese
momento en el que te miras y tomas la decisión de dejar de esperar a
que llegue ese día en que todo es perfecto y amas esta imperfección
ahora y la asumes, tal vez porque estás demasiado harto y cansado de
vivir a medias esperando algo que no depende de ti…
Y
vives como si ya fueras. Y no hablo de vivir como si ya tuvieras lo
que deseas en tu vida, sino de vivir como si ya fueras la persona que
ha dejado de esperar que todo sea perfecto para ser feliz… De
sentirte como si ya lo tuvieras todo lo que anhelas porque has
descubierto que lo tienes y que siempre ha estado en ti, mientras tú
mirabas a otro lado esperando que la vida te diera permiso. Mientras
te peleabas con todo porque no era perfecto. No
hablo de vivir sin tener miedo sino de vivir sin que el miedo te
tenga a ti y aprender a llevarlo y darte la mano a ti mismo cuando
esa voz que te cuenta historias tristes te susurra en plena noche… No
hablo de que todo sea seguro, sino de vivir en esa inseguridad e
incertidumbre y descubrir que eres como esos muñecos que aunque los
zarandees siempre vuelven a su centro.
No
hay que llegar a ningún sitio. En realidad, hay que decidir
quedarse.
He
dado muchas vueltas buscando de forma insaciable esa cima, ese lugar,
ese estado de las cosas donde todo sale bien y siempre me siento con
ánimo de seguir adelante… Y no existe. Hay que apagar el
interruptor de búsqueda y quedarse callado y escucharse y sentir
como te llama el camino y como todo te sucede… Es una decisión,
una forma de observar la vida de otro modo, es dejar de huir de lo
que te asusta para saber que podrás vivirlo porque estás contigo…
Porque te quedas contigo a pesar de todo.
Mercè
Roura
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