Las personas guiadas por la curiosidad se atreven a desafiar lo establecido. Aprenden observando y haciéndose preguntas. Tiene la sensación de tener en sus manos la poderosa capacidad de descubrir, modificar y crear, pisando espacios todavía no conquistados.
Las
personas curiosas tienen un superpoder que las hace diferentes. Como
bien decía Albert Einstein, no hace falta disponer de grandes
talentos para destacar; es suficiente con ser apasionadamente
curioso. Esa fuerza interior, dotada de una mirada siempre atenta,
interesada en los pequeños detalles y focalizada en los grandes
desafíos es lo que nos hace diferentes del resto.
Stephen
Hawking definía la curiosidad como la voluntad de no darse nunca por
vencidoEs
poner la mirada en las estrellas y no en los pies, no en aquello que
nos amarra al suelo y que configura lo ordinario, lo que ya se da por
sentado.
Thomas Hobbes, por su parte, describió esta competencia como la
«lujuria de la mente» y Víctor Hugo, como una forma de valentía.
Podríamos
dar múltiples explicaciones sobre lo que es la curiosidad. Sin
embargo, hay una que contiene la auténtica esencia, y es aquella que
nos recuerda que ser
curioso es la base del aprendizaje y el avance del ser humano.
Su efecto, su impulso primario en el niño es primordial para
favorecer su desarrollo psicológico y su chispa cotidiana, el motor
que nos permite mantener el entusiasmo por el conocimiento.
“El aburrimiento se cura con curiosidad. La curiosidad no se cura con nada”.
-Dorothy Parker-
Las
personas curiosas son diferentes
¿Qué
tienen de particular las personas curiosas? Para empezar, una
característica que las define es su facultad para plantearse
interrogantes no formulados antes.
Un ejemplo, las leyes del movimiento y el concepto de la gravedad
fueron definidas por alguien que no solo tuvo un
momento eureka cuando
una manzana cayó sobre él. Isaac
Newton era físico, astrónomo, filósofo, matemático, inventor y
hasta alquimistaSu pasión por el conocimiento no tenía límites, lo que hacía que
su curiosidad fuese difícil de saciar.
Otro
curioso infatigable fue Charles Darwin. Una
de sus costumbres más habituales era escribir miles de cartas a
personas expertas de todo el mundo. ¿La razón? Para aprender, para
que especialistas respondieran sus infinitas preguntas sobre plantas,
pájaros, insectos, comportamientos en humanos, expresiones y
emociones.
Estos
dos ejemplos configuran lo que los científicos definen como «sed de
conocimiento». Se
trata de un tipo de motivación muy desarrollada en
determinadas personas. Se define por los siguientes procesos.
Dentro
de la psicología del aprendizaje, entendemos que la curiosidad es
básicamente un tipo de motivación basada en la recompensa.
La sensación de descubrir algo inesperado, de dar con la respuesta a
una pregunta y la experiencia de resolver un enigma, un desafío o
una duda largamente mantenida, es lo que mueve a la persona curiosa.
Esta
misma conclusión es a la que llegaron en un
estudio llevado a cabo en la Universidad de California y publicado en
la revista Cell.
El doctor Matthias Gruber y sus colegas demostraron que el
cerebro de las personas con una elevada curiosidad, funciona de
manera diferente. El
sistema dopaminérgico presenta por ejemplo, una mayor intensidad y
una conexión más elevada.
Esto
nos demuestra que el cerebro de un niño o un adulto curioso
experimenta una gran satisfacción por el propio aprendizaje que se
deriva de un proceso de búsqueda apasionante, en el que aparecieron
obstáculos, pero se sortearon.
Donald
W. Winnicott, reconocido pediatra convertido más tarde en un notable
psicoanalista,
escribió sobre este tema en los años 50 y 60 del siglo pasado.
Según él, cuando el ser humano pierde la curiosidad, se desvanece
su impulso vital, su creatividad, su espontaneidad y en esencia, la
felicidad.
Ahora
bien, pero… ¿por qué sucede? Según
Winnicot, y en su experiencia en aquellos años, hay personas que
crean un falso yo.
Personalidades frustradas, seres encadenados a la rutina de sus
trabajos, de infinitos problemas sin resolver, de traumas sin tratar
y en esencia, de una apatía que los aleja de ese yo luminoso y
auténtico que se halla escondido.
Si
una persona no está satisfecha con su propia vida, el potencial se
opaca. La
motivación se desvanece, al igual que el ánimo y por supuesto, la
curiosidad.
Todos
somos creativos, todos escondemos grandes recursos en nuestro
interior.
Sin embargo, nuestros trabajos, estudios e incluso el modo en que
está diseñada nuestra sociedad debilita por completo el espíritu
curioso. Porque las personas curiosas en ocasiones pueden ser
peligrosas… al ser capaces de desafiar lo establecido, de retar lo
convencional, lo que se da por sentado y que para muchos es mejor ‘no
tocar’.
Sin
embargo, el cuadro mejora cuando abrimos los sentidos y
experimentamos. Hay
que buscar nuestro sabor en la vida, aquello que despierta nuestro
interés y nuestra pasión, nuestras ganas de ser niños nuevamente
al disfrutar descubriendo y
sintiéndonos entusiasmados una vez más.
Vivimos
en un mundo donde cualquier duda o pregunta puede ser introducida en
un buscador. Sin embargo, suelen tener un valor mayor las respuestas
que se consiguen explorando la realidad. La curiosidad se incentiva
investigando, viajando, conociendo nuevas personas, aplicando un
pensamiento crítico y divergente y una mirada más despierta y ante
todo, motivada.
Debemos mirar
más las estrellas,
como decía Stephen Hawking. Curar
nuestro aburrimiento siendo
curiosos, como señalaba la gran escritora Dorothy Parker.
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