Pensar
para no sentir.
Pensar
y tragarse esas palabras…
Contener
el llanto hasta que la garganta duele tanto que se queda trabada,
paralizada, y sabes que necesitas gritar para que todo ese dolor
acumulado salga ahí afuera y puedas notar un momento de paz. Saber
que si callas mueres un poco pero aun así seguir callando por alguna
incomodidad que parece insuperable, algún miedo escondido, alguna
realidad que te asusta reconocer.
Pensar
en voz alta para que el silencio no te asalte y tengas que
afrontarlo. Para evitar que navegando vulnerable y perdido en ese
silencio te des cuenta que precisamente lo que buscas es silencio,
pero huyes de él porque oculta verdades duras, complicadas, crudas…
Verdades que parecen tan insoportables que prefieres no saberlas, no
tener que afrontarlas ahora y dejarlas para luego, para mañana, para
nunca.
Aunque
sepas que no hay paz hasta que no te des por vencido y dejes que ese
silencio te alcance, te invada, te inunde los sentidos y se instale
dentro de ti tanto rato que el niño dormido despierte y empiece a
jugar.
Pensar
sin salir del rincón de pensar, sin dejar de pensar igual que
siempre para no tener que imaginar que otra realidad es posible, para
no descubrir que hay muchos mundos en tu mundo y que no todos se
parecen al tuyo. Que hay más realidades posibles y que todas dibujan
su camino y llevan su paso…
Pensar
para no bailar.
Pensar
para no tener que salir a la pista y dejarse llevar por la música y
abrazar y abrazarse. Para evitar vaciarse y soltarse tanto que la
vida se contagie.
Pensar
para no tener que perder la vergüenza ni hacer el ridículo jamás
mientras intentas evitar hacer el ridículo. Pensar para olvidarse de
estar presente y notar la vida.
Pensar
para dar mil vueltas más a todo y no tener que actuar, para poder
parar sin parar de verdad, en calma y sosiego, sino como una forma de
resistirte a lo que llega, a lo que viene, a lo que sabes que es
inevitable.
Pensar
para no tener que aceptar nada duela o arañe, que te ponga frente al
muro y tengas que ver que es obscenamente sólido y real.
Pensar
para no tener que salir a la luz ni sacar la basura de emociones
rotas, rabias contenidas y miedos enquistados. Pensar que todo es
culpa tuya, culpa de otro… Culpa, culpa, siempre culpa. Una culpa
inmensa y pegajosa que se extiende como una mancha oscura que todo lo
encuentra y lo alcanza, que todo lo enmaraña y revienta, que todo lo
inunda y apaga…
Culpa
para desayunar, culpa para almorzar, culpa para cenar que se va
contigo a la cama y te arropa y te reprocha que vas, que vienes, que
estás, que no estás, que dices sí, que dices no, que callas, que
hablas, que vives, que mueres, que existes… Culpa para dar y tomar,
culpa para no sentir la culpa de sentir la culpa. Culpa para
anestesiar el dolor de la culpa.
Pensar
para no tener que cambiar de camino y pisar esos lugares donde te
llegan nuevos pensamientos que podrían volverte loco porque dicen
todo lo contrario a lo que has pensado siempre. Porque zarandean tus
credos más antiguos y arraigados y sacuden tus creencias más
rotundas.
Pensar
en bucle y hostigarte tanto que vomitas la noche del pasado lunes y
la tarde de domingo de congoja máxima. Pensar para no tener que
imaginar otras posibilidades, otras vidas, otros sueños.
Pensar
en bucle otra vez y ver que todo es tan imperfecto que necesitas
borrar el mundo y volver a empezarlo, pero sabes que no funcionará
porque tú también eres altamente imperfecto.
Pensar
en bucle mil veces más y suplicar que alguna de las personas con las
que te cruzas te pare, te mire, te cuente una historia que te cambie
y te de la respuesta que buscas.
Pensar
esperando que la fórmula mágica esté al final del baúl de
pensamientos que cada día repasas de forma compulsiva para ver si
algo se te pasó por alto… Y no hallar nunca nada porque para verlo
tendrías que cambiar de perspectiva.
Pensar
sabiendo que pensar es inútil hasta que seas capaz de observarte
pensando y descubras que no eres tus pensamientos…
Pensar
y creerse que pensar es vivir cuando es todo lo contrario.
A
veces pensamos, pensamos mucho, pensamos demasiado… Pensamos lo
mismo de siempre y lo retorcemos buscando una respuesta que no está,
que no existe en ese lugar en el que hurgamos porque está en otro
lado… En el lado donde no hay pensamientos sino sensaciones,
emociones, hechos, acciones.
A
veces pensamos para no sentir, como si nos pusiéramos la música muy
alta para no oír nuestros propios lamentos o nos golpeáramos la
pierna para no notar el dolor de la mano… Nos anestesiamos con el
parloteo de palabras para no tener que quedarnos a solas con nosotros
y sentir, aceptar lo vulnerables que somos y lo solos que necesitamos
estar para quedarnos con nosotros de verdad y conectar…
Pensar
para no estar ahora contigo, para no vivir este momento. Pensar en
ayer. Pensar en mañana para no ser hoy, para no encontrarse ahora.
A
veces, pensamos porque de forma inconsciente sabemos que no hay
respuesta en esos pensamientos, porque no queremos encontrarla,
porque sabemos que si lo hacemos tendremos que claudicar y renunciar
a seguir pensando sin actuar ni cambiar… Porque ese ser que nos
habita y sabe lo que nos conviene nos va a pedir coherencia y no
sabemos si vamos a estar dispuestos a dársela… Porque nos vamos a
quedar a solas con él y nos va a pedir que sintamos todo lo que
tenemos pendiente de sentir y eso nos cambiará para siempre… Y
cambiar siempre nos asusta.
Pensar
para no tener que pensar de verdad…
Pensar
para borrar este momento y quitarle fuerza. Para no sentir la
vulnerabilidad de existir, para no tener que acordarse de ser y
estar.
Pensar
para no tener que vivir la incomodidad de tu incoherencia.
Pensar
para tener la excusa y olvidarse de vivir…
Mercè
Roura
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