Ni la felicidad es un bien garantizado ni la infelicidad una dolencia.
Ambas realidades son parte misma de la vida y de las dos se aprende. Porque, a
veces, los días de calma nos dotan de valiosos significados, esos por los que
vale la pena luchar en momentos de dificultad.
Todo relato vital se escribe con la tinta de los
tiempos de calma y los momentos de dificultad. Hay muy pocas personas que pasan por este mundo siendo inmunes al
sufrimiento, esquivando cual fabulosos atletas los obstáculos que, de vez en
cuando, trae el destino. Cada uno de nosotros custodiamos ya un rodaje
existencial para entender que de todo se aprende, de lo malo y también de lo
bueno.
Dentro de la sabiduría popular circula una idea muy común que nos recuerda
aquello de que uno aprende verdaderamente lo que es la vida cuando la
adversidad llama a su puerta. De algún modo, hay quien piensa que el
auténtico conocimiento lo trae la angustia, los momentos de desesperación y
los días en que perdemos algo o alguien que nos es querido.
Asumir este enfoque es, cuanto menos, un error.
Toda experiencia suma aprendizaje, sea pequeña, sea grande, sea aterradora
o esté inscrita en la más indiferente rutina. Es necesario estar
abiertos a cada evento, a cada sensación, a cada estímulo que surge y enriquece
nuestro día a día. Porque todo lo sentido, suma.
Todo lo experimentado es valor añadido a nuestra
mochila de vida. Ser receptivos y hacer uso de un enfoque sensible,
curioso y resiliente a su vez, nos permite sin duda alzarnos como buenos
navegantes en el complejo devenir del destino.
El arte de aprender de los tiempos de calma y los momentos de dificultad
Señalaba Rollo May, psicólogo de la escuela existencialista,
que la depresión es
básicamente la incapacidad del ser humano por construirse un futuro e, incluso,
la incapacidad de creer en él. Es cierto. Los tiempos difíciles siempre
traen consigo un incremento de este tipo de condiciones psicológicas, esas en
que las personas caemos en la indefensión, en el abatimiento más profundo y en
la imposibilidad de pensar más allá del sufrimiento presente.
Quizás por esto mismo sean tan decisivos los
tiempos de calma, de equilibrio y de bienestar. De algún
modo, nos recuerdan qué es lo importante y qué es aquello por lo que vale la
pena luchar. Los días marcados por ese pacífico devenir en el que todo son
rutinas, en el que los días se suceden en armonía unos a otros, actúan como
anclas. Nos aferran a lo importante. Hacen que nos reconozcamos a nosotros
mismos en esas rutinas y que construyamos vínculos con los que amamos.
Esos momentos donde todo son certezas, actúan como vacunas para instantes
de dolor. Porque nos guían, porque nos recuerdan esas cosas por las que vale la
pena esforzarnos y ascender de nuevo tras haber tocado fondo.
Cuando has conocido la felicidad puedes superar los instantes complicados
La felicidad no es un bien garantizado. No es algo
perdurable en el tiempo. Igualmente, la infelicidad no es un error del
destino, una mancha que todo lo emborrona, ni tampoco la incapacidad
de alguien para ver las cosas de otro modo. En absoluto. Tanto lo uno como lo
otro forma parte de la propia existencia, de lo que somos, de lo que es, a fin
de cuentas, la historia de la propia humanidad.
Ahora bien, hay un hecho interesante. Quienes han conocido la
estabilidad, quienes han
disfrutado de una buena infancia y de momentos vitales enriquecedores, suelen
afrontar los momentos duros con mayor habilidad. Los tiempos de calma y
los momentos de dificultad suponen para estas personas valiosos momentos de
aprendizaje.
No obstante, hay una excepción curiosa y relevante a la vez. En un estudio nos señalan algo interesante. Los
niños que han sido abandonados o que han sufrido maltrato, logran (en buena
parte de los casos) superar sus traumas al alimentar la esperanza. Imaginar
que su futuro va a ser feliz y propicio les otorga una gran fortaleza
psicológica.
Haber conocido el bienestar y la felicidad e, incluso, proyectarla de cara
al futuro nos confiere una gran capacidad para superar los momentos
complicados.
Los tiempos de calma y los momentos de dificultad: el valor de
experimentar, de caer y levantarse
Los tiempos de calma y los momentos de dificultad vienen y van. Son,
además, el reverso de una misma moneda; no siempre los podemos prever y, cuando
llegan, disfrutamos de los primeros y sufrimos con los segundos. Lo más
importante de todo ello es no aferrarse.
No podemos aferrarnos a la idea de que esa calma va a durar siempre. Pensar
que la felicidad de ahora es tinta indeleble es un error. Asimismo, también
es un error pensar que la adversidad es permanente, que esos días
complicados y hasta dolorosos van a mantener su cuota de manera indefinida.
Es responsabilidad nuestra impedir que ese malestar se cronifique y, para
ello, hay que invertir recursos, despertar fortalezas, saber pedir ayuda, permitirnos sanar poco a poco.
Podríamos asumir, por lo tanto, que los
tiempos de calma y los momentos de dificultad son cíclicos. Sin embargo, abundan más los primeros que los segundos y es en los
momentos de bienestar cuando construimos nuestros significados vitales. El
cuidar de nosotros mismos, descubrir nuestras pasiones, valores, tener a
personas amadas a nuestro lado es, sin duda, lo que después nos habrá de dar
fuerza para lidiar con los vaivenes del destino. Tengámoslo en cuenta.
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