AMOR CON EFECTOS SECUNDARIOS
Amar a veces nos asusta. Pensamos que nos sujeta,
que nos amarra, que nos retiene… Pensamos que amar nos deja prendidos a alguien
y nos invade los sentidos sin poder recapacitar. Aunque eso en realidad no es
amor, es necesidad.
Imaginamos que si no somos igualmente amados
vamos a sufrir. Que si no recibimos la exacta e igual cantidad de amor que
damos vamos a quedar en ridículo y el mundo nos señalará con el dedo y nos
pondrá un cartel en la espalda para que todos sepan que no fuimos
correspondidos.
Como si el amor que no damos pudiera quedar contenido esperando
encontrar un destino digno, una sonrisa amable, unos brazos suaves… Como si el
amor retenido no se esfumara en angustia, en dudas, en lágrimas y se fuera por
el desagüe de tu vida una tarde de lluvia sin respuesta ni llamadas. Como si al
no encontrar respuesta ese amor que sentimos nos hiciera indignos de recibir
amor…
Nos asusta amar porque pensamos que tenemos una
cantidad de amor máxima para dar, porque creemos que nos vamos a quedar vacíos
de amor, que vamos a parecer débiles expresando lo que sentimos, que nos van
mirar de reojo los que siempre aman a tiro fijo, los que aman por prescripción
médica, los que aman por contrato y mirando siempre el reloj…
Pensamos que si no nos conformamos con un amor a
medias, nos vamos a quedar solos y asumimos vivir de migajas, de limosnas de
amor y sucedáneos hasta nos sintamos con derecho a pedir más.
Pensamos que amar es perderse un poco porque no
nos amamos a nosotros mismos y no comprendemos que el verdadero amor es
ejercitar el propio amor.
Temes amar pero eres una persona fuerte… De esa
fortaleza hecha a base de amor, amor del bueno, del que libera tensiones y no
mide gestos. Amor del que no mira si es lunes o domingo. Amor que trasnocha
para enviar una frase con sentido y descansa sobre el abrazo que hoy todavía no
ha dado. Ese amor que compartes vayas a dónde vayas y que nunca se acaba ni se
consume porque no nace de la necesidad sino de la paz, porque no te hace
esclavo de nada sino libre. Porque no depende de nadie más que de uno
mismo.
Ese amor que te da la fortaleza que eres y que
cuando se da se multiplica, se expande, se acurruca en la manta a tus pies, se
mete en todos tus bolsillos y en el cuello de tus camisas, en los botones de
tus abrigos, en las servilletas de tu mesa, en el café de todas la mañanas… Es
un amor que no te impide dudar, pero te da fuerza para seguir y confiar. Que te
hace cuestionar lo que crees que sabes pero nunca lo que realmente eres… Es un
amor de salir a la calle y quedarse quieto notando el sol sin tener que decir
nada… Un amor de pequeños sorbos, pero de pasión acelerada… Un amor que juega a
ponerse tus zapatos y sondear tus penas por si puede levantar el ánimo y besar
lágrimas… Un amor de dar la mano y quedarse callado porque no necesita
palabras, porque ama y respeta tus silencios.
Amar así no te hace pequeño sino gigante.
Te invita a amar todavía más y en mil
direcciones.
Te hace repetir en voz baja con el corazón en el
pecho… Gracias, gracias, gracias.
Amar de verdad nos asusta porque estamos
acostumbrados a amar con miedo, amar de reojo esperando la traición, amar de
puntillas esperando salir corriendo o ser abandonados, amar de prisa por si hay
algo urgente, amar mal porque no nos sentimos dignos…
Nos da miedo ese amor auténtico en el que sigues
siendo responsable de tu vida y tus fracasos y alegrías. Un amor en el que el
otro no te va a dar nada que no llevaras contigo antes de entregarte a amar y
sentir… Un amor en el que aprender que todo lo que no te gusta del mundo
también está en ti, por exceso o por defecto… Un amor en el que seguir amándote
sin excusas y no esperar que el otro vea nada en ti que tú no eres capaz de
ver. Un amor, no un salvavidas, no un sustituto de nada ni de nadie, no un
pasatiempo ni una medalla que mostrar colgada del pecho vayas a donde
vayas.
Nos da miedo ese amor que nos invita a amarnos a
nosotros mismos porque nos da trabajo y nos pide compromiso, porque nos obliga
a mirar dentro, muy dentro y descubrir que llevamos siglos sin amarnos cuanto
merecemos ni tratarnos bien a nosotros mismos. Un amor que nos permita darnos
cuenta que en realidad hasta ahora no buscábamos un amor de verdad sino un
parche para que no se nos escape la vida por las heridas, que no queríamos
curar las causas sino encontrar un remedio que apacigüe el dolor para poder así
seguir culpándonos y culpando a otros por nuestras tragedias y así no sentirnos
mal al no vivir la vida que soñamos.
Amar de verdad nos asusta porque estamos
habituados a amores ciegos y nos aterra la posibilidad de ver… Porque nos hemos
hecho a la idea de vivir con sucedáneos y lo auténtico nos perturba… Porque no
estamos acostumbrados a los efectos secundarios del verdadero amor… Compromiso,
respeto, paciencia, y mucha, mucha autoestima.
Mercè Roura
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