A veces, cuando menos lo esperamos, la vida nos obliga a
improvisar, a romper nuestros viejos guiones y lanzarnos a un mundo incierto.
Ahora, ¿por dónde empezar a improvisar?
Muchos nos insertamos en una cotidianidad fija, como quien viaja por el raíl de un tren sabiendo cuál es su siguiente
parada. Sin embargo, en ocasiones, llegan los altos en el camino, los cambios
de sentido y esas incidencias que nadie espera ni llega a prever. En esos
momentos, las personas estamos obligadas a dejar a un lado nuestro plan de ruta
y lanzarnos a improvisar.
Admitámoslo, esta dimensión no suele estar bien
vista. No falta quien señala aquello de que quien improvisa es porque
no tiene un plan, porque no cuida sus previsiones, sus planes e
incluso sus responsabilidades. Porque dar el paso hacia lo imprevisto sin
manual de instrucciones ni paracaídas puede ser toda una temeridad, es cierto…,
pero lo que también es verdad es que en la vida no hay nada seguro.
En tiempos inciertos cada uno de nosotros estamos
más que obligados a habilitarnos en este curioso pero maravilloso arte: el de
la improvisación. Todos somos actores en un teatro sin guion donde el director
es el propio destino. En ocasiones, nos trae calma y, otras veces, gusta de
escribir para nosotros un papel algo más problemático y desafiante. ¿Qué
podemos hacer en estas situaciones? Más aún… ¿cómo se aprende a improvisar
en la vida?
La improvisación, como la espontaneidad, tiene el poder de reformularnos. Es como una explosión interna que parte del atrevimiento y que nos
permite romper marcos internos, moldes en los que llevamos contenidos demasiado
tiempo. Así, y aunque el arte de la improvisación sea algo común que se enseña
en el campo del arte dramático, la escena y la actuación, en realidad, es una
competencia clave también en el escenario social y psicológico.
Ahora bien, si hay algo cierto también es que las
personas solemos pecar de ingenuas: pensamos que el modo en que hacemos las
cosas es el correcto. Asumimos que lo que hoy damos por seguro seguirá
estando mañana. Nos autoconvencemos de que somos infalibles, que este bienestar
presente continuará existiendo en el futuro próximo. Hasta que, de pronto, todo
se viene abajo y entonces estamos obligados a reaccionar.
Los peligros de la vida pautada
De niños nos daban cuadernos de papel con líneas para que
aprendiéramos a cuidar nuestra caligrafía. No podíamos salirnos
de los márgenes marcados, un reto que demandaba nuestra atención. Nuestra mano,
nuestra mente no estaban habituadas a esos renglones, a tener que integrarnos
en unas líneas fijas. Sin embargo, a medida que crecimos, esa tarea dejó de
parecernos complicada.
Aprendimos de manera temprana a encajar, a integrarnos en
una vida pautada. Horarios, creencias, proyectos, tareas que apuntar en la
agenda… El mundo del adulto está perfectamente milimetrado. Hemos perdido la
espontaneidad de la infancia y algo así resulta triste y paradójico. La
mente se vuelve rígida, pierde la flexibilidad y espontaneidad. Esto provoca
que reaccionemos mal ante los cambios, ante los imprevistos.
Tal y como nos señalaba Jacob Levi Moreno, creador
de la teoría psicodramática, los niños son esos
genios en potencia de quienes deberíamos aprender el arte de improvisar. En
sus universos mentales todo es posible. Su curiosidad, su capacidad para crear
e imaginar son la otra cara de la moneda de esa mente adulta siempre pautada y
rígida.
Improvisar es bueno para el cerebro, cuanto más lo haces
más opciones encuentras para tus problemas
En 2008 se llevó a cabo uno de
los estudios más interesantes sobre el área de la
improvisación. Dos neurocientíficos y músicos (Charles Limb y Allen
Braun) realizaron un conjunto de resonancias magnéticas a una muestra amplia de
músicos de jazz. Algo que se descubrió es que cuando seguían las partituras
musicales de memoria y cuando las improvisaban, sus cerebros cambiaban de
manera llamativa.
Cuando improvisamos, la corteza prefrontal dorsolateral
(vinculada al crítico interno y al miedo) reduce su
actividad. A su vez, se estimula la circulación en el área de la corteza
prefrontal medial. En esta región se localiza el pensamiento creativo y la
facultad para resolver problemas. Es decir, el arte de ser espontáneos de vez en cuando, de innovar y lanzarnos
hacer uso de la creatividad revierte en el cerebro y también en la
realidad inmediata.
Cómo practicar el arte de la improvisación
La capacidad de improvisar debe
ir de la mano de la competencia para planificar. Ambas
dimensiones son decisivas. En el día a día es adecuado mantener hábitos,
rutinas, cuidar de esos planes que, al fin y al cabo, nos permiten alcanzar
propósitos. Ahora bien, cuando ese equilibrio se viene abajo, debemos disponer
de ese as en la manga que nos facilita el saber improvisar. Estas son
algunas claves sobre las que reflexionar.
- Asume que no puedes tener el control sobre todo lo que te
envuelve. Acepta lo que ya no se puede cambiar.
- Improvisar no es partir desde cero. Tienes a tus espaldas experiencia acumulada.
- Reduce el miedo, controla el estrés y sé selectivo con la información
que te llega. En ocasiones, las personas que nos rodean nos atraen de
nuevo a la zona de confort, hacia esos patrones fijos y estereotipados que
alimentan el malestar. Rodéate de estímulos que te inspiren y no te
obstaculicen.
- Toma distancia psicológica. Mira las cosas en perspectiva y
observa lo que te rodea: las oportunidades están ahí.
- Sé responsable de ti. En ocasiones el
arte de improvisar requiere tomar decisiones arriesgadas, opciones en las
que nadie va a ayudarte. Eres responsable de tus decisiones y también de
cada consecuencia.
- Hacer cosas nuevas nos abre caminos. Atrévete
a innovar.
Para concluir, ser hábiles en esta competencia
puede llevar tiempo y más aún,
puede hacer que cometamos algún error. Sin embargo, incluso las
equivocaciones son parte del camino y el aliento del aprendizaje. Asumirlo nos
facilitará ese viaje de progresos.
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