PORQUE YO TAMBIÉN ME HAGO FALTA
A lo largo del día es necesario
en ocasiones parar y decirse a uno mismo, no estoy para nadie porque también yo
me hago falta, también necesito escucharme, reparar mis espacios rotos, limar
mis esquinas afiladas.
Por ello, si no contesto los
mensajes o si pongo en silencio mi teléfono durante unas horas o unos días, no
quiere decir que haya cerrado puertas al mundo, solo he ido de paseo
conmigo mismo, con ese alguien que había largamente descuidado.
Resulta curioso cómo, casi sin
darnos cuenta, acabamos dejándonos a nosotros mismos en la bandeja de la
“papelera”. Nos relegamos al cajón de asuntos pendientes, a la última página de
nuestra agenda o a ese post-it amarillo fosforescente que
acaba perdiéndose en el ajetreo natural de nuestro escritorio porque siempre
hay una prioridad que lo adelanta y lo posterga.
“Hay tres cosas extremadamente duras: el acero, los
diamantes y el conocerse a uno mismo”. Benjamín Franklin
Vivimos en una sociedad tremendamente
demandante y competitiva, lo sabemos. Hay muchas cosas que hacer, y los días a
veces pueden ser tan trepidantes como agotadores. Por si no fuera
suficiente, a ello se le añaden los nuevos sistemas de comunicación, ahí
donde el trato y las interacciones son constantes e inmediatas.
Vivimos organizados en diversos
grupos de WhatsApp, siempre estamos localizables y en las pantallas
de nuestros móviles siempre hay un mensaje que responder, correo que atender,
fotos a la que poner un like y un etiquetado al que responder,
aunque no nos apetezca.
Es como vivir en un epicentro
donde nuestra mirada hipermétrope es incapaz de ver aquello que tiene más
cerca. Nuestros ojos cansados pueden leer las necesidades ajenas, pero son
incapaces ya de descifrar las propias. Todo parece borroso, todo se ha hecho un
ovillo que se enclava ahí, en nuestro corazón y nuestra mente como si
algo fallara, como si algo no fuera bien y no supiéramos qué es… HAS
LLEGADO AL LÍMITE Y TODAVÍA NO LO SABES
Le haces falta a muchas
personas, lo sabes. Cada día tienes diez montañas que encumbrar y decenas de
obstáculos que sortear, y lo consigues, no hay duda. Sin embargo, nadie te da
medallas por ello, casi nadie reconoce tus esfuerzos, tu dedicación o incluso
todo lo que llegas a renunciar por quienes están a tu alrededor. Poco a poco,
las cosas pierden su significado y las personas su sabor.
El mundo ya no
tiene música, ya no rima, ya no es ágil, y te acabas hundiendo en tus
propias responsabilidades como la piedra que cae en un pozo sin fondo. Estar
para todos y para todo cada día y a cada instante, tiene una cuota de intereses
secretamente elevada. Las señales de este proceso de estrés continuado en el
tiempo pueden muy bien derivar fácilmente en una depresión, por ello, debemos
estar muy atentos a los síntomas:
- Cansancio extremo que a veces no se recupera
con el sueño o el descanso nocturno.
- Dolores de cabeza, migrañas.
- Dolor de espalda.
- Malas digestiones.
- Sensación de aburrimiento constante, la vida
pierde casi todo nuestro interés.
- Impaciencia e irritabilidad.
- Frustración, comentarios cargados de
cinismo, mal humor, apatía constante…
Por curioso que
parezca, vivir en un entorno híper-estimulado e híper-demandante nos acaba
narcotizando. Nos volvemos insensibles a las propias necesidades, extranjeros
del propio corazón y vagabundos perdidos, donde uno ha olvidado por completo
dónde está su hogar, dónde esa casa donde habita el propio ser.
HOY NO ESTOY PARA NADIE, HOY ME
HAGO FALTA
Decir en voz alta “estos días
no estoy para nadie, me hago falta a mí mismo” no es una falta de
respeto. No se hace daño a nadie, no se descuida nada, el mundo seguirá
girando y los ríos fluyendo. Sin embargo, acontecerá algo maravilloso: daremos
paso a la sanación emocional, nos regalaremos tiempo, atención y un espacio
propio donde refugiarnos.
Será como introducirnos en el
hueco de un árbol para tomar contacto con nuestras raíces, ahí donde
reencontrarnos casi en posición fetal, para nutrirnos y permitir que nuestras
hojas, nuestras ramas, crezcan altas y más libres para rozar el cielo.
“Sólo nos convertimos en lo que somos a partir del
rechazo total y profundo de aquello que los otros han hecho de nosotros”. Jean
Paul Sartre
CLAVES PARA TOMAR EL CONTROL,
PARA ATENDERTE CUANDO TE HACES FALTA
En medio de esta vasta rutina
en la que acabamos cautivos de las obligaciones propias y ajenas, debe quedar
un espacio, un pequeño hueco confortable y especial que nos pertenezca a
nosotros solos. Es como una cápsula de salvamento, como un bote salvavidas al
que acudir cada vez que percibamos que hemos llegado al límite.
- Cuando percibas que las presiones externas te están impidiendo ser tú mismo, párate y visualiza esa cápsula o ese bote salvavidas: súbete a él.
- Es momento de trazar un plan de
salvamento. Benjamín Franklin solía decir que “si en el día a
día no tenemos un plan de supervivencia estamos condenados a navegar
eternamente a la deriva”.
- Ese plan de supervivencia debe tener una
meta y establecer qué es prioritario y qué secundario (hoy mi
objetivo es cumplir con mi jornada laboral, mi meta es no estresarme y mi
plan incluye tener dos horas para mí mismo. Quedar bien con mis
compañeros de trabajo o familiares es hoy secundario).
Debemos tener muy claro, por
último, que habrá días en que la prioridad total y absoluta, seamos nosotros
mismos. Dejándoselo bien explicado a todos aquellos que conforman nuestro
circulo afectivo más próximo para que entiendan que no es ningún acto de
egoísmo.
Apagar el móvil, salir
a caminar, a respirar y a cobijarnos con nuestros propios pensamientos es
un acto de auténtica salud mental. Porque lo creamos o no, esos días en que nos
hacemos falta son muchos, y atenderlos, poner nuestro nombre en la lista
“prioridades”, lejos de ser recomendable, es obligatorio
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