A
veces, creo que nos asusta más triunfar que seguir en la casilla de
salida de nuestro gran plan para tener éxito. En una especie
de semiconsciencia. A
medio camino entre lo que somos y lo que queremos llegar a ser.
Porque nos engancha esa sensación de estar apunto de algo grande
pero no hacerlo, por si no sale bien. Como
si nos fabricáramos la coartada y la excusa para no decir que no
estamos haciendo nada para conseguirlo pero saber que el momento de
intentarlo aún tardará…
Nunca
sentimos que estamos preparados para afrontarlo. De hecho, no lo
estaremos del todo nunca. Tanto si es cambiar de trabajo como dejar
algo que nos está arañando por dentro… Incluso si es atrevernos a
probar algo hermoso, dulce, amable…
No
importa si lo que queremos es conseguir algo que nos parece mejor o
si lo que necesitamos es dejar algo que nos hace daño. No
lo hacemos porque no nos sentimos dignos de ello y esa sensación de
“indignidad” nos deja paralizados.
Y
cuando intentas superarlo y alguien te pregunta ¿qué te pasa, crees
que no eres suficientemente bueno? La respuesta es no, lo soy, pero…
Algo no encaja en todo esto. Y para descubrir qué, tendrías que
hurgar tanto ahí dentro, en esa habitación cerrada donde guardas
tanto dolor y oscuridad que no crees que te compense.
Y
piensas… Tengo las ganas, tengo el talento, he diseñado mi plan
pero… No sé qué pasa que no funciona…. Y escarbando un poco en
ti, un día, harto y agotado, sale la frase… No es que no me lo
merezca, porque he hecho muchas cosas para conseguirlo… Es sólo
que esas cosas no le pasan a las personas como yo.
Es
una sensación extraña de estar marcado de alguna forma. De
llevar en algún lugar una señal que no ves pero que hace imposible
que llegues a tu meta. Como
si fueras de un subgénero de personas que no forman parte del club
de los que lo consiguen… ¿Has sentido eso?
Parece
descabellado, pero eso explicaría tantas cosas… Ya te pasaba en la
escuela cuando te sentías distinto y nada encajaba… Te pasa en el
trabajo porque todos te pasan por encima sin entender por qué,
cuando vas a un lugar y ves a una persona a la que te gustaría
conocer… Sabes enseguida que no saldrá bien, que no puede ser…
Es
una sensación rara, rarísima…. Cuesta explicarla y más
entenderla. Es
como si el éxito no estuviera en tu ADN. Como
si por más que lucharas, algo en ti fuera defectuoso, como si tu
código de barras no casara con el código de barras del éxito…
¿Has tenido esa sensación de que la suerte llama siempre a la
puerta de al lado? Todo va bien y cuando te toca a ti, pasa de largo,
como si tuvieras un repelente para esas cosas.
Tienes
esa sensación de que lo bueno se acerca pero siempre está a un paso
de ti. Todo está listo pero las piezas no encajan…
Y
seguramente es cierto, en
tu mente, el gran director de orquesta que hace que al final la
melodía no suene…
La marca invisible que te separa de tu meta la has dibujado tú, la
sientes tú y la transmites a cada gesto y cada mirada… Porque hace
años, te instalaron un software en esa cabeza que tanto piensa y se
preocupa en el que dice que siempre te quedas a las puertas de algo.
Te programaron y, te programaste para quedar a medias, para soñar
pequeño, para repeler la meta… Y el programa viene de lejos. Es el
mismo que llevaban tus padres, por eso, te lo instalaron, pensando
que hacían lo mejor para ti, para tu vida… No hay mejor manera de
evitar sufrimiento que invitar a alguien a no soñar o a soñar
corto, pequeño, asequible… Dejar claro que hay cosas que tiene
vetadas por el hecho de ser él… Porque hay cosas que nunca te
pasan a ti ni a los tuyos… Porque tus genes escupen la felicidad,
eluden el éxito… Como si formaras parte de una saga maldita.
Lo
que pasa es que, de vez en cuando, en estas sagas de personas
maravillosas programadas para creerse indignas de lo bueno, hay
alguien que osa llevar la contraria. El que dice que no y toma un
camino distinto. El que decide intentar si es posible, después de
atreverse a soñar que tal vez…
El
problema es que sueña como los suyos nunca han soñado, pero usa las
mismas herramientas que ellos para conseguirlo, una mente programada
para no llegar a la meta. Sigue sintiéndose indigno pero sabe que no
lo es y esa contradicción le hierbe dentro hasta que llega a la
coherencia de ser como realmente es, una persona ilimitada.
No
se trata sólo de pensar que puedes sino también de sentirlo y
actuar en consecuencia.
Hasta
que no nos sentimos dignos de algo, no abrimos en nuestra mente la
posibilidad de que suceda. Hasta que no actuamos desde esa posición
de dignidad, nuestros pasos nos separan de lo que realmente somos y
deseamos… Y la meta se aleja cuando te acercas porque lo haces
desde el miedo absoluto a no ser como son las personas que la
alcanzan.
Como
si la suerte esquivara a los que no se sienten dignos de ella…Y
sentirse o no digno, no depende de dónde se viene ni tan
siquiera a dónde se quiere ir, depende de lo que uno se cree que es.
De
si siente que forma parte de eso que sueña.
De
si confía en llegar o realmente se nota fuera de lugar.
De
si hemos desinstalado el programa que llevamos dentro desde hace años
y que nos obliga a pensar que hay cosas que nunca nos podrán
suceder, porque no, porque no somos de esa clase de personas a las
que les pasan esas cosas.
Y
el trabajo no es nada fácil. Si ya tiene mucha miga decidir qué
quieres y trazar un plan para conseguirlo, imagina qué supone además
formatearte a ti mismo, hacer un reset y borrar todo lo que te limita
y separa de quién realmente eres… Esa persona pura que en el fondo
sabe que puede optar como cualquier otro a lo que sueña.
Salir
del círculo vicioso del sentirse culpable por no ser como deseamos y
luego sentirse culpable porque esa culpabilidad nos aleja de lo que
realmente somos.
Darse
cuenta de que tenemos llave de todo y a veces nos resistimos a abrir
la puerta porque nos han educado para quedarnos en el quicio, mirando
como otros consiguen el premio que nosotros deseamos.
Y
al final, entender
que lo único que nos separa de nuestro cielo particular somos
nosotros y la forma que tenemos de mirarnos.
Volvemos
a recordar cada momento duro y nos detenemos en él sin un átomo de
esperanza… Recordamos las humillaciones como si las heridas fueran
recientes… Nos obsesionamos con seguir siendo un muñeco en manos
del azar en lugar de asumir nuestro poder y nuestra responsabilidad
en cada acto y cada consecuencia…
Cuando
lo que cuenta es percibir que no hay nada que la vida nos aparte
porque somos nosotros quiénes lo esquivamos… No hay más destino
que nuestras creencias ni camino que el que nos empeñamos en dibujar
cada día.
Ser
capaces de darle la vuelta a todo y notar que no hay nada estropeado
en nosotros.
Que
no tenemos que llevar la carga de nadie, ni siquiera la nuestra,
porque hicimos lo que pudimos.
Y
no hace falta llegar a la meta, lo que importa es entender que no hay
nada en nosotros que nos haga indignos de ella… Aunque a veces no
lo conseguimos porque nos falta aprender algo en ese lapso de tiempo
en el que casi la tocas y te das cuenta de que no está…
A
veces, el premio no llega porque nos espera otro más grande.
Otras
veces porque lo que perseguimos no es lo que realmente deseamos y nos
estamos engañando.
Tal
vez nos falta otro intento sin tanto agobio y desesperación porque
quién guarda la puerta no nos quiere ver tan estresados.
A
menudo quién más nos aleja de nuestros sueños somos nosotros
mismos y nuestros pensamientos y emociones.
Cada
vez que sentimos que no. Cuando las emociones nos estallan por dentro
y nos queman las entrañas.
Cuando
decidimos ponernos el traje de “siempre me pasa a mí” o “todo
es muy injusto”. A cada queja y lamento que lanzamos, nos separamos
de la meta y volvemos hacia la casilla de salida.
A
veces, somos lo que detestamos porque lo vivimos con mucha intensidad
y nos ponemos una careta amarga para que todos lo vean y lo noten.
A
veces, lo perdemos todo porque no sabemos esperar y cambiamos de
apuesta cuando estamos a punto de ganar.
Tú
eres tú. No se admiten devoluciones ni rebajas. No puedes recortarte
con tu forma de pensar ni imaginarte a medias…
Eres
capaz de ser lo que sueñas, porque si no, no serías capaz de
soñarlo.
O
como dice Louise
L. Hay
“los milagros son sólo la consecuencia de lo que nos atrevemos a
creer”. Por eso es tan importante revisar qué creemos, pero
de verdad, no en superficie. Y para ello, no hay más remedio, hay
que entrar en esa habitación cerrada donde guardas dolor y oscuridad
y abrir las ventanas. No es fácil pero es el camino… Y
siempre, siempre, vale la pena andarlo y hacer el ejercicio de
entender que en realidad estamos hecho del mismo material de lo que
soñamos y que, por lo tanto, es
imposible que sea imposible alcanzarlo.
Mercè
Roura
No hay comentarios:
Publicar un comentario