Nos
preocupa tanto demostrar, que ya no somos, parecemos.
Nos exponemos de
forma tan calculada al mundo que perdemos la magia y la esencia…
Estamos
pendientes de si los demás nos cuestionan o de si nos dejan en ridículo que nos
concentramos poco en nosotros… Y luego culpamos al mundo por no llegar, cuando
en realidad es responsabilidad nuestra por buscar fuera lo que está dentro. Por
esperar que nos aprueben y nos acepten cuando antes ni siquiera nos hemos
aceptado y aprobado nosotros.
Mientras te
preocupas por aparentar no eres tú y eso te hace perder combustible, perder
comba, delegar tu éxito en otros y dejar en manos de la suerte lo que en
realidad es fruto de un trabajo… Nos bloqueamos a nosotros mismos porque
estamos esperando a ser una versión más aceptable para darnos a conocer, cuando
en realidad ya somos nuestra mejor versión esperando ocupar su lugar…
Mientras no eres
tú mismo, perdido en parecer e ir dando zascas a los que te inoportunan,
pierdes un tiempo valioso para crecer y aprender.
En realidad todo
depende de ti y de tu confianza… Sin embargo, nos desalienta tanto no
parecernos al molde que otros en su afán de ser mediocres han creado que nos
rebajamos para encajar en él.
Nos recortamos las
alas para no volar tan alto y no hacer sombra…
Nos apaciguamos el
entusiasmo para luego no sufrir decepciones…
Nos achicamos los
sueños porque primero nos hemos achicado a nosotros mismos… Y todas esas
restricciones están en nuestra mente.
Ya basta de pensar que no merecemos. Basta de sentirnos indignos y de creer que para llegar hay que sufrir y
alejarnos de la felicidad porque tenemos esa sensación heredada de que si
tenemos un momento dulce, un dios vengativo nos va a castigar…
No hay castigos,
ni culpas… Las inventamos porque no vemos nuestra grandeza. No
necesitamos nada de todo eso, sólo soltar y seguir andando. Sólo hay miedo a
ser uno mismo y no parecerse el resto del mundo… Por eso, nos imaginamos
pequeños y vivimos en una vida de casa de muñecas…
Nos creemos
indignos de amor y en consecuencia la vida nos acerca amores diminutos para que
nos quede claro que no son los amores que merecemos, para que aprendamos a
querernos, para que descubramos que nuestro valor es incalculable y no depende
de lo que piensen y opinen los demás…
Nos sentimos
culpables por no ser como son otros y nos castigamos cada día cerrándonos
puertas y gastándonos las bromas más pesadas… Nos apartamos de lo bueno que nos
depara la vida porque no lo aceptamos, porque no permitimos que llegue…
Ya basta de creer que otros sí y nosotros no. Estamos hecho de la misma sustancia maravillosa… Somos
polvo de estrellas reciclado para brillar y apagamos nuestro brillo buscando
excusas para no mostrarnos y viendo el horror antes que la belleza.
Basta de firmar en
la casilla equivocada y aceptar pertenecer a una casta inferior y desheredada…
Todos podemos salir del laberinto porque nosotros creamos el laberinto para
entretenernos y alejarnos de lo que amamos cuando nos sentíamos diminutos y
culpables…
Ahora ya sabemos que merecemos lo mejor y podemos permitirnos abrir
los brazos para que llegue…
Basta de no
permitirnos subir al tren y besar el destino que deseamos.
Basta de
sobrellevar angustias cuando nos toca vivir a rienda suelta.
Aunque suponga
decidir y tomar caminos oscuros… Aunque tengamos que elegir no tomar frutas
amargas para desayunar como es costumbre en nosotros y decidir arriesgarnos a
probar otro menú… A veces, nos acostumbramos a lo amargo y cuando somos libres,
nos cuesta soltarlo…
Devoramos tanto
dolor por rutina, por no cambiar ni confiar… Tragamos angustia como una
medicina necesaria para expiar culpas y redimir pecados que no existen…
Pensamos que
debemos pagar cara la osadía de imaginar que todo puede ser maravilloso para
nosotros… Que la felicidad tiene un precio… Creemos que si nos preocupamos,
estamos pagando el peaje para que todo salga bien ¿verdad? Y luego resulta que
esto va al revés… Macabra ironía de la vida… El único precio a
pagar por vivir como deseas es el compromiso contigo mismo…
Tomar decisiones y atreverse, asumir la incomodidad de ser tú cuando el resto
del mundo te pide que desistas.
A veces, sufrimos
ahora por no sufrir después… Y luego llegamos al después y descubrimos que era
un lecho de rosas, pero no podemos disfrutarlo porque acumulamos tanto dolor y
desánimo por el sufrimiento acumulado que tenemos el alma hecha jirones y la
mente loca de buscar salidas que nosotros mismos nos bloqueamos…
Esa es la palabra,
bloqueo. Nos bloqueamos lo hermoso porque nos sentimos horribles, feos, sucios…
Nos bloqueamos el éxito porque olvidamos nuestro valor, nuestra capacidad de
aportar y servir a otros a descubrir su valor…
Bloqueamos la
felicidad por si llega y luego se va y el trance es tan amargo que no
conseguimos volver a quedar dormidos y anestesiados y vivir de nuevo este
sucedáneo de vida en el que estamos inmersos donde nada es de verdad pero no te
tienta la esperanza…
Bloqueamos la vida
por si nos gusta tanto que nos acostumbramos a ella y luego no sabemos vivirla
desde la mediocridad en la que nos hemos sumergido. Lo hacemos para no sufrir
demasiado cuando se acabe “lo bueno” mientras sufrimos de forma controlada por
no ser nosotros mismos y volar tan alto como nos apetecería…
Ya basta de
quedarse a un palmo de la gloria por si molesta a otros que no tienen previsto
moverse.
Ya basta de
no levantar la mano y decir aquí estoy por si te miran y piensan ¿Tú, de
verdad?.
Basta ya de
aceptar chantajes de los que no se atreven para que no te atrevas y abandones
esta especie de cueva en la que vivimos a tientas y tragamos lo que toca sin
rechistar…
Basta de buscas
excusas y delegar responsabilidades para no tener que hacer lo incómodo, lo
complicado, lo que hemos dejado pendiente para el día en que decidamos vivir.
Basta de pensar
que dependemos de otros, que no hay más remedio, que no está hecho para
nosotros, que nos viene grande, que nos queda lejos, que es complicado, que
cuando lleguemos no habrá…
Basta de no
amarnos suficiente y esperar que otros vean en nosotros lo que nosotros no
somos capaces de ver… El amor es el principio de todo.
La primera piedra de tu gran fortaleza.
El cielo no son
esas nubes negras que nos acechan, es lo que está detrás cuando conseguimos
apartarlas… Nosotros dibujamos las nubes negras cuando nos negamos a nosotros
mismos y dejamos de confiar en nuestro potencial. Ya basta de ignorarlas y
reprimirlas, de mirar al otro lado pensando que marcharán sin que reflexionemos
sobre ellas y sintamos qué significan.
No existe el
problema. Lo hemos creado nosotros porque pensamos y sentimos que merecemos un
problema, porque estamos convencidos de que no llegaremos… Nosotros construimos
el muro que nos separa de lo que soñamos a base de imaginarlo, de creer que
existe, de sentirnos separados de lo que deseamos y no confiar en lo que realmente
somos…
La verdad es que tú eres tu sueño y tu peor pesadilla, la persona que
construye la jaula en la que te sientes preso y la que tiene la llave para
abrirla y la capacidad de borrarla… Quién se dice que no y cierra la puerta.
Eres el muro que te separa de la vida que sueñas. Asume tu poder para cambiarlo.
El único obstáculo
somos nosotros mismos siempre. Lo ponemos ahí para aprender algo justo antes de
saltarlo y hacernos aún más enormes… Cuando apartemos nuestras dudas, el camino
se abrirá. Cuando dejemos de imaginar que está lejos, nos daremos cuenta de que
está muy cerca.
Y a las nubes
negras hay que mirarlas de frente y abrazarlas, comprenderlas, saber su por qué
y descubrir cómo atravesarlas… Son el regalo, la adversidad a superar, el
aprendizaje que nos catapultará de forma inevitable a esa vida que deseamos
vivir.
Mercè Roura
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