El
perfeccionismo es una forma de sufrimiento que nos aboca a valorarnos
solo por lo que logramos. La excelencia, en cambio, parte de una
buena autoestima y de un sentimiento de superación constante. En él,
la amargura por el fallo no tiene sentido y el éxito une logros y
errores con un mismo hilo.
Aspirar
a la perfección nos aboca, en muchos a casos, al sufrimiento.
En realidad, deberíamos esforzarnos por la excelencia, ahí donde
dar lo mejor de nosotros mismos en cada circunstancia, sin tener otro
referente más que el nuestro. Estamos ante una estrategia que
podemos convertir en un estilo de vida para mejorar, para crecer en
felicidad y alcanzar la autorrealización.
Decía
Aristóteles que las
personas somos lo que hacemos día a día, y que la excelencia, lejos
de ser un acto, es un hábito.
Sin embargo, nuestro principal problema en esta área, es que muchas de nuestras metas son externas y no
internas. ¿Qué significa esto? Significa que vivimos de acuerdo a
una vara de medir donde nos comparamos siempre con lo que otros
hacen, dicen o esperan de nosotros.