La
sencillez es una virtud maravillosa
y no tan común como debiera ser. Es uno de esos atributos que adorna
a cualquier otro.
Siempre está asociada con la humildad y denota nobleza y madurez.
Por eso, aunque resulte paradójico, solo las personas
extraordinarias cuentan genuinamente con esta cualidad.
Algunos
definen la sencillez como “la celebración de lo pequeño”.
En otras palabras, quien es sencillo se muestra capaz de disfrutar de
las pequeñas cosas. También las agradece. No tiene ni sus
expectativas ni sus ambiciones puestas en algo demasiado elevado, una
montaña demasiado alta que tape la felicidad. Por eso, el primer
favorecido con la sencillez es quien la detenta.
Para
ondear la bandera de la sencillez, hay que ser adaptable y saber
aceptarse y aceptar.
Estas características llevan a que todo fluya,
sin intentar forzarlo o cambiar su curso. Todo esto favorece la
espontaneidad, otra virtud que solamente tiene lugar en las personas
equilibradas y saludables.
“La
sencillez consiste en hacer el viaje por la vida, solo con el
equipaje necesario”.
Un
primer plano en el que se hace visible la sencillez es en la
apariencia. ¿Cuánto
necesitas “adornarte” físicamente para sentirte cómodo con
tu apariencia personal?
¿De qué manera arreglarte o no hacerlo hace que te sientas más o
menos presentable?
Cuidar
de nuestra apariencia es importante. Cómo nos vemos exteriormente
también habla de nuestro interior.
Es la imagen que proyectamos al mundo y determina la primera
impresión que se llevarán de nosotros muchas personas. Hasta ahí
todo es razonable.
Cuando
esa presentación personal se transforma en un
tema obsesivo, comienzan
los problemas.
Un toque de vanidad no le sobra a nadie, pero si esto se llena de
miedos, inseguridades o grandes inversiones de tiempo y dinero, puede
que haya algo más de fondo. La sencillez en la apariencia es
autoaceptación y autovaloración.
La
sencillez en el pensamiento es lo que generalmente llamamos “sentido
común”.
Ver la realidad sin tratar de ponerle muchos adornos ni complejizarla
innecesariamente. Implica entonces una mirada desprevenida y objetiva
sobre lo real.
Así
mismo, la
sencillez mental facilita la comprensión de otros puntos de vista.
Reduce o termina con esa necesidad de poseer la verdad, de
imponérsela a los demás o
de lograr que todos piensen de manera uniforme. Las mentes sencillas
aceptan espontáneamente que hay muchos puntos de vista; de esta
manera, trasforman el problema en una valiosa fuente de
enriquecimiento personal.
Una
mente sencilla también se expresa con la naturalidad propia de
quien no está interesado en demostrar nada ni en crear mitos a su
alrededor.
Sus palabras son claras y elocuentes. Sin adornos innecesarios. Sin
pretensiones de erudición o marcas de clase social intencionadas.
La sencillez hace que expresemos lo que pensamos de forma directa y
simple.
La
sencillez también está presente en la forma como nos relacionamos
con los demás. Una persona que cuenta con esta extraordinaria
virtud es muy respetuosa de sí misma y de los otros. Se
acepta y, por lo tanto, acepta a los demás. Lo uno va unido a lo
otro.
Otro
de los rasgos que marcan sus relaciones es la horizontalidad de las
mismas. Quien
actúa con sencillez le da el mismo valor a los poderosos y a las
personas humildes.
No cambia su personalidad, ni su forma de tratar a los demás,
dependiendo de quién se tenga al frente.
De
la misma manera, la
sencillez nos lleva a valorar los triunfos de los otros. A sentirnos
felices con sus logros y compartir de corazón sus tristezas.
Los demás se ven como iguales y por eso hay un sentimiento de
solidaridad intrínseco con ellos. La sencillez nos permite entender
que todos pertenecemos a la comunidad humana y que estamos
indefectiblemente unidos por un lazo común: la humanidad misma.
Generalmente
nos volvemos “estirados” o “complicados” porque nos dejamos
invadir por los miedos.
Temor al qué dirán. Miedo al rechazo. Inquietud por creer que
quizás debemos ser más, mejores o más poderosos, ricos o bellos.
En una palabra, porque no logramos aceptarnos como somos ni valorar
las circunstancias en las que vivimos.
Seguramente
ahí está la clave de muchos de nuestros sufrimientos. Muchas
veces construimos creencias equivocadas sobre lo que somos y lo que
debemos ser.
Vivimos más en función de conseguir lo que no tenemos y no de
disfrutar aquello con lo que contamos.
Sencillez
no quiere decir conformismo ni pasividad.
Se pueden tener objetivos muy elevados y aún así valorar también
todo aquello que se ha conseguido y lo que se es. De hecho, la
sencillez nos ayuda a caminar más ligeros por la vida y a avanzar
siempre en sentido evolutivo.
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