14.12.15

Que nos guste lo prohibido y nos dejemos llevar por ello es el equivalente a sentirnos vivos y libres

SOMOS FANÁTICOS DE LO PROHIBIDO

Nos gusta lo que nos dicen que no se nos permite y nos llenamos de la adrenalina que provoca no hacer lo que hacen los demás: sentirnos malosincorrectos y dejarnos llevar por los instintos más humanos. Lo prohibido implica un riesgo e independientemente de la edad que tengamos nos gusta enfrentarnos a él.

“El mejor placer de la vida es hacer lo que la gente dice que no puedes hacer.”
-Walter Bagehot-

Lo prohibido es sinónimo de salir de los límites que marca la rutina de nuestro día a día y disfrutar con ello: sentimos miedo ante lo que desconocemos y se señala como impropio, pero nos gusta saber que es un miedo que, mientras no llegue a adicción, podemos controlar.

Los límites entre el bien y el mal
Somos fanáticos de lo prohibido, pero ¿qué es lo prohibido? Para considerar que algo lo es tenemos que acercarnos a lo que podemos llegar a considerar bien y mal dentro de la cultura en la que vivimos. Es cierto que en el canon occidental existen unos patrones de lo correcto e incorrecto que todos conocemos y es, a partir de ahí, desde donde guiamos nuestros comportamientos.


Nos diría Mario Benedetti al respecto que no miráramos esos mundos tan cerrados y a la vez tan prohibidos porque suelen tener un poder de atracción. Esa es la palabra, a todos nos atrae lo que no podemos o no nos dejan tener y la mayoría de veces lo callamos a gritos porque entra dentro del grupo de lo mal visto, lo malo.

Sin embargo, cuando nos pasa eso puede ser bueno que nos preguntemos si de verdad alguien tiene el poder de establecer esos límites cuando se trata de cosas que afectan solo a nuestra vida.

Si nos hace feliz nadie tiene que decirnos que está mal, que no puede ser: nunca es tarde para romper las reglas que nos establecen y para decidir qué es lo que está mal o bien por nosotros mismos.

El placer de romper las reglas que nos marca la sociedad
Estas reglas sobre las que sentimos el impulso de querer romper nos las suelen marcar involuntariamente las personas que tenemos a nuestro alrededor u otros medios externos: pasamos por un filtro en el que nos creemos o nos vemos juzgados.

Esto ocurre porque, de una manera natural, el ser humano tiende a experimentar cosas nuevas, conocer y ser curioso en todos los momentos de su existencia.
“Nunca es tarde para cortar la cuerda,
 para volver a echar las campanas al vuelo,
para beber de ese agua que no ibas a beber.
Nunca es tarde para romper con todo.  
Para dejar de ser un hombre que no pueda  
permitirse un pasado.”
-Benjamín Prado-

Desde pequeños nos dicen lo que podemos hacer y lo que no, pero conforme vamos estableciendo nuestra propia conciencia de las cosas nos damos cuenta de que queremos también establecer las consecuencias de las mismas y determinar hasta qué punto estamos de acuerdo con ello. Por ello sentimos placer al hacerlo, porque estamos siendo nosotros y porque nos estamos descubriendo con el mundo.

Lo prohibido: una sensación de bienestar fugaz
Una vez que lo prohibido deja de serlo y lo hemos conquistado, la sensación que nos queda es la de un bienestar fugaz que nos gustaría volver a experimentar: la de aquella persona que tenía pareja y nos gustaba incluso más por ello, la de toda la comida que nos autoprohibimos comer en abundancia, cualquier adicción que tengamos…

Conseguir a esa persona de la que hablábamos o comer lo que no debemos para estar saludables nos provoca un placer que puede desaparecer sucesivamente cuando se ha conseguido. Incluso, la presión que pueden ejercer parámetros morales externos en nosotros pueden traernos estados de culpa y arrepentimiento.

“Somos imposibles pero aquí estamos, siendo imposibles juntos y dejando lo imposible para cualquier otro día que no sea hoy.”
-Anónimo-
Lo que está claro es que, mientras no sea perjudicial para nuestra salud o nuestras acciones perjudiquen a los demás, que nos guste lo prohibido y nos dejemos llevar por ello es el equivalente a sentirnos vivos y libres más allá de nuestra edad. Ante eso, los errores siempre serán aprendizajes y la felicidad siempre será superior al posible dolor de conciencia que se nos quiere imponer.


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