27.6.17

El secreto que mueve el mundo está en el corazón de nuestra propia alma.

LOS CAMBIOS ÚTILES SIEMPRE SON INTERNOS


Cuando ya no somos capaces de cambiar una situación, nos encontramos ante el desafío de cambiarnos a nosotros mismos.

¿Quién cree todavía a estas alturas del siglo xxi que puede cambiar el mundo en los momentos en que éste parece empeñado en seguir otro camino?

En realidad, podemos influir más o menos en situaciones y personas con nuestras acciones e inteligencia, pero donde sí podemos operar con plena eficacia es modificando nuestra manera de ver e interpretar los aspectos que nos perturban e inquietan. Y lo más curioso es que, tras la inteligente aceptación de los hechos, no sólo equilibramos nuestra vida emocional, sino que, además, el mundo también cambia.

Una vez que aceptamos y adaptamos nuestra forma interna de sentir al curso de “lo que hay”, ¿qué extraña ley modifica incluso las actitudes y conductas de personas ajenas?

En realidad, y según las más avanzadas leyes de la Física, la película que vemos en el exterior no deja de ser, en buena medida, una proyección del programa que tenemos en nuestro interior. 

Los acontecimientos discurren en función de unas leyes naturales, pero la interpretación que hacemos de lo que sucede es una opción íntima y subjetiva, y por ello, susceptible de ser modificada.

Cada ser humano ve, piensa y siente las cosas de forma diferente, porque cada ser humano es único e irrepetible y diferente a los demás y ese es uno de los grandes retos en la evolución del ser humano, aceptar a los demás como son, sin intentar cambiarlos, enriqueciéndose de las diversas formas de sentir y pensar.

A menudo, el hecho de aceptar una situación eligiendo la interpretación más positiva, desencadena una sorprendente influencia sobre la faceta externa que considerábamos inamovible y ajena. Una vez que aceptamos y nos adaptamos a la situación, se mueven energías insólitamente favorables. 

Una vez hemos logrado relativizar las cosas que, anteriormente nos perturbaban, adquirimos un grado mayor de templanza. Sabemos que nuestra forma de mirar el mundo y de sentir a las personas, influye, tarde o temprano, en el diseño y guión de nuestras experiencias. 

Sabemos también que muchas de las emociones que experimentamos son consecuencia de un proceso que se desarrolla en la parte inconsciente de nuestra mente. Es por ello que merece la pena evitar culpar a los demás, y tener en cuenta que si no nos gusta lo que recibimos, convendrá prestar atención a lo que emitimos.

Cuando somos conscientes de que nuestro conjunto de creencias son las que crean el mundo emocional que habitamos, uno se pone en alerta con las opciones de pensamiento que aparecen ante su corriente de conciencia. Prestando más atención a las palabras que pronunciamos y a los patrones que subyacen tras nuestras actitudes.

La persona que ha comprendido el enorme poder que su mente tiene en la configuración del mundo, ya no controla tanto las circunstancias externas sino que, más bien, dirige su mirada hacia las propias actitudes y pensamientos que sutilmente las posibilitan.

Tenemos mucho más que ver de lo que parece en aquello que “nos sucede”. Cuanto más conscientes seamos de nuestros pensamientos y anhelos, el destino, cada vez, estará, en mayor medida, en nuestras manos.

Se trata de cambiar el foco de visión elaborando opciones más positivas y formulando el mundo tal y como lo deseamos vivir. Sin duda, una competencia nacida de nuestra madurez co-creadora que aprendió que el secreto que mueve el mundo está en el corazón de nuestra propia alma.

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