3.4.23

Son los demás y los vínculos con ellos los que nos enriquecen y otorgan propósito

EL TERCER LUGAR                                  

LA IMPORTANCIA DE LOS ESPACIOS COMPARTIDOS EN SOCIEDAD

El «tercer lugar» nos enseña a convivir en armonía y nos ofrece la oportunidad de pertenecer y conectarnos con otros. Descubre en qué consiste y cuál es su importancia.

¿Dónde pasas la mayor parte de tu tiempo? Probablemente sean tu hogar y tu lugar de trabajo. Sin embargo, si no hubiera más alternativas, si tu día a día transcurriese únicamente entre estos dos puntos, ¿realmente sentirías que vives en sociedad o que formas parte de una comunidad? Lo cierto es que este sentido de pertenencia se forja en el denominado «tercer lugar», un concepto del que hoy queremos hablarte.

Esta idea fue propuesta por el sociólogo Ray Oldemburg, en su libro The Great Good Place, y pone el foco sobre aquellos espacios informales en los que transcurre la vida pública.

Quizá no siempre reparamos en la importancia de estos sitios, pero resultan clave para la socialización, la democracia y la vida comunitaria.

Cuáles son, qué funciones cumplen y cómo se han transformado a lo largo del tiempo son algunos de los puntos sobre los que resulta interesante reflexionar.

¿Qué es el «tercer lugar»?

Para entender de dónde proviene el término «tercer lugar», hay que hablar primero de aquellos que le preceden. Según Oldemburg, existen tres espacios principales en los que se desarrolla nuestra vida diaria. El primero sería el hogar, la casa en la que vivimos y aquellas personas con las que habitamos; aquí se imponen las normas familiares. El segundo es el trabajo, donde rige la cultura de la organización.

Pero más allá de estos, existe un tercer lugar que da vida a las comunidades y que supone el germen de las relaciones sociales. Este está conformado por entornos tan diversos como un bar o un restaurante, la biblioteca, la peluquería, las tiendas o los parques y plazas. Todos ellos comparten una serie de características comunes:

  • Generalmente ocupado por las mismas personas, que se reúnen de forma regular. Por tanto, es común encontrar en ellos caras conocidas y asistir asiduamente, pero también están abiertos a nuevos integrantes que enriquecen la experiencia.
  • La socialización es la máxima en el «tercer espacio». Se trata de entornos donde las personas se reúnen, interactúan y comparten. Aquí nacen relaciones y se consolidan y nutren las ya existentes. Tiene principalmente un componente lúdico.
  • Se siente como un hogar. Un «tercer lugar» es un espacio sencillo y acogedor, no ostentoso, en el que las personas se sienten cómodas y relajadas. No está dominado por la hostilidad ni la competitividad, sino que fomenta la cooperación, la diversión y los momentos compartidos.
  • Es un espacio neutral y libre de jerarquías. Aquí se diluyen las distinciones sociales, no existen requisitos para ser acogido ni impera la autoridad de unos sobre otros. Además, las personas acuden al «tercer lugar» de forma voluntaria, sin tener ninguna atadura ni obligación de hacerlo.

El «tercer lugar» es idóneo para escapar de la rutina y enriquecer el entorno social.

La importante función del «tercer lugar» en nuestras sociedades

El «tercer lugar» es clave para las personas en muchos aspectos. Por un lado, es donde se aprende a aplicar la democracia, ya que estas áreas compartidas tienen sus propias reglas que todos debemos acatar. Así, nos enseñan acerca de tolerancia, diversidad y convivencia. Por ejemplo, aceptamos que en un cine o en una biblioteca no se puede alzar la voz para no arruinar la experiencia de todos, o que en una tienda se ha de guardar el turno.

Aceptar y cumplir esas normas es parte de un contrato social, el cual también reporta una serie de ventajas y es el que posibilita que las sociedades funcionen. Si no nos adherimos a él, perdemos elementos cruciales para nuestro bienestar, como la conexión humana, el apoyo social o el sentido de pertenencia. Y es también en el «tercer lugar» donde accedemos a estas ventajas.

Formar parte de una comunidad, sentir que estamos integrados en ella y que cumplimos un rol, protege nuestra salud física y psicológica. Son los demás y nuestros vínculos con ellos los que nos enriquecen la existencia y nos otorgan propósito. En su ausencia, incrementa el riesgo de sufrir aislamiento, depresión e incluso desarrollar adicciones.

Los terceros lugares son frecuentados por caras conocidas y también acogen a nuevos integrantes.

Recuperemos la vida en comunidad

Es cierto que siempre existen estos entornos de convivencia comunitaria, pero no todas las regiones les otorgan la misma importancia ni se ocupan de ellos de igual modo. En algunos países, como puede ser España, se encuentra un mayor equilibrio entre ocio y trabajo que en otros como Japón. De esta forma, el «tercer lugar» está más presente y cuidado.

Sin embargo, esto está cambiando. Nos privan de estos elementos del «tercer lugar» y desafían el bienestar las grandes urbes, en las que prima el individualismoen las que los vecinos no se conocen y el ocio se desarrolla en un centro comercial masificado e impersonal. La vida se convierte en una rutina que transcurre de casa al trabajo y viceversa. Y así nuestro entorno social y emocional se empobrece.

Aparte, la llegada de internet también amenaza la vida comunitaria. Pese a que las redes sociales nos conectan con personas de cualquier parte del mundo, pueden aislarnos en ese mundo virtual que algunos ya consideran como el «cuarto lugar».

Tanto si optamos por quedarnos consumiendo contenido audiovisual en lugar de salir de casa, como si nuestro móvil acapara nuestra atención mientras compartimos con amigos y familiares, lo cierto es que cada vez estamos menos presentes y menos conectados con quienes nos rodean.

Por esto, a fin de mejorar la calidad de vida y la salud emocional, es importante conservar y recuperar la vida en comunidad. Cultivar estos espacios públicos, compartidos y disfrutarlos con los nuestros es también una forma de autocuidado.

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