INTEROCEPCIÓN
ESCUCHAR A NUESTRO
PROPIO CUERPO
La interocepción es la capacidad del cuerpo para sentir,
interpretar y regular sus propias señales internas —como la respiración, los
latidos del corazón, el hambre, la temperatura corporal o la urgencia de
orinar— y aunque muchas veces pasa desapercibida, su influencia es constante.
Qué es la
Interocepción
El término «interocepción» fue introducido por el fisiólogo británico Scott Sherrington a principios del siglo XX, para diferenciarlo de la exterocepción (la percepción de estímulos externos) y la propiocepción (la percepción del cuerpo en el espacio). Sin embargo, el significado moderno de interocepción ha evolucionado y se ha vuelto mucho más amplio.
Actualmente, se refiere a la capacidad del cerebro para percibir e interpretar señales que provienen del interior del cuerpo, incluyendo no solo estados fisiológicos básicos, sino también emociones, impulsos y estados de ánimo.La interocepción no se limita a notar un estómago vacío o un
ritmo cardíaco acelerado. Implica una red de procesos cerebrales que
constantemente reciben información de los órganos internos, la comparan con
expectativas o memorias previas, y modulan nuestras respuestas comportamentales
y emocionales. En otras palabras, la interocepción es la interfaz invisible entre cuerpo y mente,
un sentido fundamental que media nuestras decisiones, percepciones, estados de
ánimo y hasta nuestra conciencia.
El papel insular en
la conciencia corporal
Los avances en neuroimagen han permitido mapear las regiones
cerebrales responsables de la percepción interoceptiva. La estructura más
importante es la corteza insular,
especialmente su porción anterior. La ínsula actúa como un centro integrador de
la información interoceptiva, recibiendo señales del sistema nervioso autónomo, de los
quimiorreceptores y de los barorreceptores distribuidos por el cuerpo.
Curiosamente, la ínsula anterior también se activa durante
experiencias emocionales, procesos empáticos y la toma de decisiones morales.
Esto sugiere que la percepción del
estado corporal no solo acompaña a las emociones, sino que puede constituir su
base física. Cuando sentimos ansiedad, tristeza o entusiasmo, estamos experimentando
alteraciones corporales que el cerebro interpreta como importantes. Sin
interocepción, las emociones serían simples ideas abstractas.
Investigaciones de neurocientíficos como Antonio Damasio han
propuesto que el «sentir» proviene del cuerpo, no de la mente. Damasio
argumenta que las emociones tienen una base somática, y que la conciencia del
yo emerge de la percepción del cuerpo en acción. Desde esta perspectiva, la interocepción sería el fundamento
biológico de la identidad personal.
La interocepción en
la infancia y el desarrollo
La capacidad interoceptiva no es fija ni universal, además
se desarrolla a lo largo de la vida y puede variar mucho entre distintos
individuos. En la infancia temprana, los bebés comienzan a construir una
representación de su cuerpo gracias a señales interoceptivas. El hambre,
el sueño, la
molestia por un pañal sucio o el placer del amamantamiento son experiencias
que, repetidas y asociadas con respuestas del entorno, ayudan a construir las
primeras nociones de bienestar, malestar y regulación emocional.
Una buena sintonía entre el cuidador y las señales del bebé
fortalece la capacidad del niño para identificar y regular sus estados
internos. Por el contrario, cuando estas señales son ignoradas o
malinterpretadas, puede
desarrollarse una desconexión con el propio cuerpo, que en etapas
posteriores se manifiesta en dificultades emocionales, ansiedad o trastornos de
la conducta alimentaria.
Estudios recientes indican que niños con mejor conciencia interoceptiva muestran mayor capacidad de
autorregulación emocional y mejores habilidades sociales. Esto apunta a
que enseñar interocepción —por ejemplo, mediante prácticas de atención plena o «mindfulness» adaptadas a la
infancia— podría tener efectos preventivos sobre la salud mental.
Trastornos asociados
con la disfunción interoceptiva
Cuando el sistema interoceptivo falla o se vuelve hiperactivo,
pueden aparecer síntomas clínicos. La interocepción alterada está implicada en
múltiples trastornos
psicológicos y somáticos. En los trastornos de ansiedad, por ejemplo, el paciente suele presentar
una hiperconciencia de sus signos fisiológicos —como palpitaciones
o dificultad para respirar— lo que amplifica la respuesta ansiosa en un bucle
de retroalimentación.
En los trastornos depresivos, se ha observado una menor
capacidad de discriminación interoceptiva. El cuerpo parece volverse «mudo», y
la persona pierde la capacidad de distinguir señales internas, lo que puede
contribuir a la anhedonia (incapacidad para experimentar placer) o a la fatiga
crónica.
Uno de los casos más emblemáticos es el de los trastornos de la alimentación, como
la anorexia nerviosa o
la bulimia. Diversos
estudios han encontrado que estos pacientes tienen serias dificultades para
identificar y responder adecuadamente a señales de hambre, saciedad o náusea.
El cuerpo se vuelve un «enemigo» o una entidad extraña, y su comunicación con
la mente se distorsiona profundamente.
También en el trastorno
del espectro autista (TEA) se han identificado patrones de
interocepción atípica. Algunos individuos presentan hipersensibilidad, otros
hiporespuesta, y muchos informan dificultades para identificar y describir sus
estados internos. Esto puede dificultar la regulación emocional y la
comprensión empática de los demás, que en buena parte se basa en inferir
estados corporales similares.
Interocepción y toma
de decisiones
Más allá de su papel en la emoción y la psicopatología, la
interocepción tiene una sorprendente influencia en la toma de decisiones. El neurocientífico
Antoine Bechara, trabajando con pacientes con lesiones en la corteza prefrontal,
descubrió que estos individuos podían razonar lógicamente sobre decisiones,
pero fracasaban en la práctica al elegir opciones perjudiciales.
Este hallazgo llevó al desarrollo de la teoría del «marcador somático», propuesta por
Damasio, que sugiere que el cuerpo reacciona de manera anticipada frente a
ciertas elecciones, generando una señal visceral que orienta nuestra conducta.
Cuando estamos frente a una opción peligrosa o desventajosa, el cuerpo puede
anticipar el daño y generar una sensación desagradable que nos aleja de esa
elección, incluso antes de que podamos explicarlo racionalmente.
Este modelo explica por qué muchas decisiones parecen
«instintivas», y por qué, en ocasiones, nuestro cuerpo sabe más que nuestra mente. La conciencia
interoceptiva afinada mejora nuestra capacidad de detectar estas señales somáticas
y tomar decisiones más adaptativas.
La Interocepción,
mucho más que una función biológica
¿Te has preguntado alguna vez por qué ciertas prácticas como
el yoga, la meditación o
simplemente el acto de caminar en silencio pueden tener efectos tan profundos
sobre el bienestar? La respuesta puede estar en su capacidad para afinar la
atención interoceptiva.
Cuando enfocamos nuestra atención en la respiración, el
ritmo del corazón, o la tensión muscular, estamos ejercitando y mejorando
la conciencia interoceptiva,
que a su vez se asocia con menores niveles de ansiedad, mayor resiliencia emocional y una
mejor conexión cuerpo-mente.
Además, esta conciencia puede ser crucial en profesiones que
requieren una fuerte sintonía empática o intuitiva, como la psicoterapia, la medicina o las
artes. Escuchar al cuerpo puede volverse una fuente de sabiduría y creatividad.
Como afirmó el poeta Rainer Maria Rilke: «el cuerpo es el lugar donde
la vida se realiza».
Volver al cuerpo,
volver a uno mismo
La interocepción no es un fenómeno exótico ni una rareza
científica. Es una función básica, ubicua y constante que sostiene nuestro sentido del yo, nuestra
salud emocional y nuestra capacidad para habitar el mundo con autenticidad.
En una época en la que la velocidad, la multitarea y la distracción nos alejan
cada vez más de nuestro cuerpo, volver a escuchar sus mensajes puede ser un
acto profundamente transformador
El cuerpo no miente. A diferencia de los pensamientos, que
pueden desviarnos, juzgarnos o atraparnos en bucles sin salida, las señales interoceptivas nos invitan a
regresar al presente, a la experiencia cruda y verdadera de estar vivos.
Al afinar esta escucha interna, no solo mejoramos nuestra salud, sino que nos
reconectamos con una sabiduría ancestral: la del cuerpo que siente, que sabe, y
que, silenciosamente, nos guía.
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