13.5.15

Porque ese es, para nosotros, el único y verdadero tiempo vivido.

EL BUSCADOR Y LA VERDADERA EXISTENCIA

Un hermoso cuento escrito por Jorge Bucay El buscador”, donde nos invita a reflexionar sobre cómo vivir una vida plena.

Aprender a vivir y sentir cada momento de nuestro tiempo vital es lo que constituye la verdadera existencia.

Esta es la historia de una persona a la que podríamos definir como un buscador. Teniendo en cuenta que un buscador es alguien que realiza una búsqueda y su intención es descubrir “algo”, no tiene porque tratarse necesariamente de aquel que solo “encuentra”.

Tampoco se trata de una persona que sabe o es consciente de lo que está buscando. Hablamos simplemente de aquellos para los que su vida es una búsqueda hermosa.
La historia comienza cuando un día cualquiera el buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir. Él había aprendido a hacer riguroso caso de esas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo, así que lo dejó todo y partió.

Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos divisó Kammir a lo lejos. Un poco antes de llegar al pueblo, una colina a la derecha del sendero le llamó la atención. Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadoras.

La rodeaba por completo una especie de valla pequeña de madera lustrada… Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar. De pronto sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en ese lugar.


El buscador traspaso el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles. Dejó que sus ojos fueran los de un buscador; quizá por eso descubrió, sobre una de las piedras, aquella inscripción: “Abedul Tare, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días”.

Se sobrecogió un poco al darse cuenta que esa piedra no era simplemente una piedra. Era una lápida, sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en ese lugar…

Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado, también tenía una inscripción, se acercó a leerla decía “Llamar Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas”.

El buscador se sintió terriblemente conmocionado. Este hermoso lugar era un cementerio y cada piedra una lápida. Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto. Pero lo que le causó más espanto fue comprobar que, el que más tiempo había vivido, apenas sobrepasaba 11 años. Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar.

El cuidador del cementerio pasaba por ahí y se acercó, lo miró llorar por un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar.
– No ningún familiar – dijo el buscador – ¿Qué pasa con este pueblo?, ¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente, que lo ha obligado a construir un cementerio de chicos?.

El anciano sonrió y dijo:
Puede usted serenarse, no hay tal maldición, lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. Cuando un joven cumple 15 años, sus padres le regalan una libreta, como esta que tengo aquí colgando del cuello.

Es tradición entre nosotros que, a partir de allí, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella: a la izquierda qué fue lo disfrutado…, a la derecha, cuanto tiempo duró ese gozo.
¿Conoció a su novia y se enamoró de ella? ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla? Y la emoción del primer beso, ¿cuánto duró? ¿Y el embarazo o el nacimiento del primer hijo? ¿Y el viaje más deseado? ¿Y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano? ¿Cuánto duró el disfrutar de estas situaciones? ¿Horas?¿Días?

Así, vamos anotando en la libreta cada momento. Cuando alguien se muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado, para escribirlo sobre su tumba. Porque ese es, para nosotros, el único y verdadero tiempo vivido.


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