1.12.25

El reto no es abolir la duda, sino aprender a orientarnos con ella

LO QUE VEMOS Y LO QUE IMAGINAMOS

UNA DELGADA LÍNEA

¿Esto pasó de verdad… o lo soñé? Esta pregunta que parece trivial, nos conduce a la frontera entre realidad e imaginación. En el día a día, ese límite nos permite distinguir un recuerdo preciso de una ilusión, o una sospecha de una certeza. En la ciencia, es un problema mayor:  ¿cómo decide el cerebro que algo “es real”? ¿Qué señal interna, qué patrón, qué convierte una posibilidad en un hecho?

En los últimos años, un conjunto de estudios neurocientíficos ha empezado a perfilar una respuesta: la mente no “refleja” el mundo como un espejo; lo predice, lo bosqueja y lo corrige sobre la marcha. Cuando esas predicciones internas coinciden con señales sensoriales, el cerebro levanta la bandera de “real”; cuando se parecen demasiado, incluso sin respaldo externo, podemos confundir imaginación con percepción. La frontera, lejos de ser una muralla, parece ser una membrana semipermeable.

El cerebro como adivino pragmático

La realidad, en el cerebro, no es una fotografía: es un veredicto.

Durante décadas, la neurociencia sensorial trató de explicar la percepción como un flujo “de abajo arriba”: los ojos captan fotones, los oídos vibraciones, la piel presiones, y esa información sube, limpia y clara, hacia centros superiores que “reconocen” el mundo. Hoy sabemos que eso es solo la mitad del cuento. El cerebro funciona bajo un principio de ahorro: genera constantemente hipótesis sobre lo que es probable que esté ahí afuera y, con esas expectativas, rellena huecos, filtra ruido y acelera decisiones.

Este marco, a veces condensado bajo el paraguas del “cerebro predictivo”, propone que la percepción es el balance entre predicciones internas y errores de predicción (las diferencias entre lo esperado y lo que llega por los sentidos). Cuando el error es pequeño, ganan las expectativas y “vemos” lo que esperábamos ver; cuando el error es grande, el sistema corrige y ajusta la hipótesis. La imaginación, en ese esquema, no es una frivolidad creativa que ocurre en un teatro mental aparte: es el mismo motor generativo, operando sin o con mínima ancla sensorial.

De ahí nace un riesgo seductor: si una imagen interna es lo bastante fuerte, y el ruido sensorial es alto o la evidencia externa es ambigua, esa construcción mental puede cruzar el umbral que el cerebro usa para aceptar algo como real. No porque el cerebro “se equivoque”, sino porque, evolutivamente, es preferible decidir rápido con buenas conjeturas que quedarse paralizado ante la incertidumbre.

El umbral de realidad: una puerta con bisagras finas

La certeza es una sensación, no una prueba. Y esa sensación tiene bases neuronales.

Si aceptamos que la mente opera con predicciones, entonces es probable que exista un mecanismo que diga: “esto ya no es solo una conjetura, esto pasó”. Ese mecanismo no es un interruptor único, ni se reduce a una sola región, pero varios hallazgos apuntan a un circuito que pesa la intensidad, la coherencia y la procedencia de la señal.

En el dominio visual, áreas como el giro fusiforme—clave para reconocer patrones y formas—responden tanto a estímulos reales como a imágenes generadas internamente. La diferencia no es trivial: cuando lo que llega por los ojos y lo que propone la imaginación coinciden, la actividad se potencia; cuando no, surge una fricción que el sistema “siente” como error y que, a menudo, nos devuelve la prudencia de la duda. A ese balance dinámico podríamos llamarlo “umbral de realidad”: la conjunción de fuerza, precisión y sincronía necesarias para que una vivencia reciba el sello de “esto ocurrió”.

El asunto se vuelve más interesante cuando miramos a regiones asociadas con la  metacognición —la capacidad de juzgar nuestros propios juicios— como la corteza prefrontal dorsomedial y la ínsula anterior. Allí parece dirimirse, con más calma pero no menos sesgo, el fallo final: ¿estoy seguro de que vi lo que creo haber visto? Es un control de calidad subjetivo, que a veces llega tarde y otras ni siquiera se activa si la experiencia fue demasiado persuasiva.

La economía del error y la utilidad de las ilusiones

Que podamos confundir imaginación con realidad suena a defecto, pero es, con matices, una virtud adaptativa. Vivimos en un mundo incierto, ruidoso y demasiado rápido, y la mente que siempre esperara evidencia perfecta llegaría tarde a casi todo. De hecho, muchos de nuestros aciertos cotidianos dependen de atajos: reconocer a un amigo a lo lejos por su forma de andar, completar una frase antes de oírla entera, anticipar la trayectoria de un balón. Si el pronóstico es bueno, el cerebro ahorra energía y gana tiempo.

Las ilusiones, en este contexto, son subproductos de un sistema eficiente. Una sombra en la noche parece un rostro; un crujido es un ladrón y no una tubería. El costo de un falso positivo (creer que algo está ahí cuando no lo está) suele ser menor que el de un falso negativo (no ver una amenaza real). La balanza adaptativa tiende a la prudencia sobrerreactiva. De nuevo: no es un error, es una apuesta con sentido.

Claro que todo mecanismo útil puede desequilibrarse. Si el sistema da demasiado peso a lo interno, abrimos la puerta a delirios o alucinaciones; si sobredimensiona lo externo, naufragamos en un hiperrealismo ansioso incapaz de integrar imaginación, metáfora o deseo. La salud mental, en parte, consiste en una articulación flexible entre lo que viene de afuera y lo que brota de adentro.

Memoria, imaginación y el truco del déjà vu

La memoria es otro escenario donde la línea entre realidad e imaginación se difumina con elegancia traicionera. Recordar no es rebobinar una cinta; es reconstruir. Cada vez que evocamos, recombinamos fragmentos, rellenamos huecos, corregimos ángulos, sugestionados por nuestro presente. La imaginación alimenta ese proceso: sirve pegamento para unir piezas y pintura para colorear las grietas.

De ahí que podamos “recordar” conversaciones que nunca ocurrieron, confundir la fuente de un dato (“lo leí” versus “me lo contaron”) o experimentar el déjà vu, esa sensación de haber vivido algo antes. Una hipótesis plausible es que el déjà vu surge cuando los patrones actuales se solapan con trazas débiles o mal etiquetadas de experiencias pasadas, o cuando la maquinaria que etiqueta la novedad y la familiaridad se descuadra levemente. Lo vivido se siente imaginado, o lo imaginado se siente vivido.

Recordamos inventando; inventamos recordando. La frontera, otra vez, es porosa por diseño.

Cuando el umbral se desajusta

En la consulta psicológica y psiquiátrica, la diferencia entre percepción e imaginación puede convertirse en un asunto dolorosamente práctico. Las alucinaciones auditivas en la  esquizofrenia, por ejemplo, no son fantasías voluntarias sino vivencias con fuerza de realidad, con timbre y localización, con urgencia. La investigación sugiere que, en estos casos, el sistema de atribución de agencia (¿esto lo generé yo o vino de afuera?) y el peso dado a predicciones internas frente a señales sensoriales están desregulados. En depresión, la imaginación tiende a poblar el futuro con escenarios negativos que, a fuerza de repetirse, adquieren textura de certeza. En el trastorno de estrés postraumático, irrumpen recuerdos-imágenes que invaden el presente con la potencia de lo real.

El tratamiento, en sus diversas formas, busca recalibrar la frontera. La farmacoterapia interviene en la ganancia de ciertos circuitos; la terapia cognitivo-conductual, entre otras, ejercita la metacognición y entrena a poner entre paréntesis la sensación de certeza (“sentir” no es “ser”); técnicas como la exposición gradúan el contacto con estímulos que el sistema marcan como amenazantes; y terapias de tercera ola, como la aceptación y compromiso, insertan distancia entre el evento mental y la conducta. En todos los casos, el objetivo no es abolir la imaginación, sino domesticar su poder persuasivo cuando se vuelve tirano.

Entrenamiento mental para una frontera flexible

Si la frontera es dinámica, podemos cultivarla. Algunas prácticas sencillas ayudan a que el “umbral de realidad” sea más fino cuando hace falta y más exigente cuando conviene. Una de ellas es la observación atenta del cuerpo; las sensaciones somáticas entregan pistas sobre el sesgo imaginativo: cuando la mente “rellena” con ansiedad, el ritmo cardíaco, la respiración y la tensión muscular cambian. Notarlo no disuelve la ilusión, pero la vuelve más transparente. Otra práctica es la verificación externa: contrastar recuerdos con testigos, revisar registros, admitir huecos (“no estoy seguro”). El diario de experiencias, por su parte, saca del remolino mental aquellas vivencias que, si se quedan encerradas, crecen y se distorsionan.

Hoy en día, en un ecosistema saturado de estímulos, reducir el ruido baja la tentación del cerebro de completar con fantasmas. Dormir bien, por trivial que suene, restaura los sistemas que deciden qué pesa y qué no. Y, aunque parezca paradójico, el juego imaginativo creativo—dibujar, escribir ficción, improvisar—entrena la capacidad de etiquetar lo imaginado como tal: ejercitamos el músculo de “esto lo inventé yo” sin vergüenza ni culpa.

Si algo nos enseña la psicología contemporánea es que la alfabetización del siglo XXI incluye la gestión de ambigüedades. No basta con memorizar datos; hay que aprender a vivir con la incertidumbre. Esto implica enseñar a distinguir fuentes, a diferenciar apariencias de evidencias, a convivir con hipótesis provisionales sin ansiedad paralizante. Implica también desarrollar imaginación fértil pero responsable: la capacidad de proponer mundos posibles, explorar consecuencias y, llegado el momento, someterlos a prueba.

Y es que entender la realidad consiste en poner en práctica tres hábitos: cultivar la curiosidad  (para imaginar más y mejor), practicar la verificación (para distinguir qué es cierto y qué no) y entrenar la humildad (para cambiar de idea sin que suponga una tragedia). Con ellos, la frontera deja de ser un campo minado y se vuelve un jardín transitable.

Lo que vemos podría ser real… o podría haber sido imaginado. El reto no es abolir la duda, sino aprender a orientarnos con ella.

https://www.psicoactiva.com/blog/la-delgada-linea-entre-lo-que-vemos-y-lo-que-imaginamos/  

No hay comentarios:

Publicar un comentario