11.5.16

Cada cual tiene el proceso de aprendizaje que necesita.

LAS LECCIONES DE LA VIDA

La vida es una maestra silenciosa que quiere ayudarnos a aprender. Las lecciones que nos enseña son, siempre, las que necesitamos integrar a nuestro conocimiento para la evolución correcta, paso a paso trabajando siempre en nuestra mejora.

Puede que éstas, según diversas teorías, sean lecciones que hemos escogido aprender antes de nacer. O puede que sean las que otros escogieron por nosotros para dirigir nuestro crecimiento, tal vez sin ánimo de dominar nuestra vida, pero sí con la disposición de condicionarla para que al tomar las decisiones por nosotros mismos, lo bueno y lo malo de cada experiencia vivida, quede integrado como conocimiento.

Lo cierto es que nadie puede aprender por otro, ya lo dice claramente el refranero castellano “Nadie escarmienta en cabeza ajena”

Uno debe experimentar por sí mismo el resultado de sus acciones y darse cuenta que cada acto tiene unas consecuencias, a veces, irrefutables. Pero incluso en esos casos, en los que nada puede hacerse tras una actuación equivocada... aún queda la esperanza de que sirva, al menos, como ejemplo de lo que nunca debió suceder.

Generación tras generación, los padres han intentado salvar a sus hijos de los sufrimientos que acarrean los fracasos. En un acto de infinita protección, han pretendido dejar a éstos en un lado del camino pedregoso hasta que quede libre de baches. Han querido poner la sabiduría de sus cicatrices a disposición de los que comienzan a vivir. Y siempre, el resultado es el mismo. El rechazo de lo que ofrecen como su mayor tesoro.

Pero en realidad, no puede ser de otra forma porque el aprendizaje de cada uno es intransferible. Nadie es idéntico a nadie. Tampoco lo son las circunstancias. Ni siquiera el impulso vital que nos anima a cada cual puede compararse.

Nada de lo que se cuente puede transferir en el otro los resultados de vivir. Todos debemos experimentar el dolor, los errores, los fracasos, el amor, la pasión, el odio y hasta el aburrimiento. Porque con seguridad, en ninguno de nosotros será igual, como tampoco pueden serlo las vías de solución que los problemas requieran en cada circunstancia. La libertad de dejar hacer, sin embargo, no entra en disputa con la sabia orientación de lo que cada uno sabe dentro de sí.

Aceptar las diferencias y comprender que cada cual tiene que hacer su camino nos permite soltar amarras, dejar que los demás construyan su vida. A lo sumo, sería posible ofrecer herramientas que faciliten el trabajo, siempre que sean aceptadas.

Nada puede imponerse a la fuerza porque quienes creemos tener en nuestro poder el arma del conocimiento, en una situación determinada, no logramos asumir que el que está delante es como el alumno que se sienta en una clase de física cuántica a escuchar, al maestro, un tema que va mucho más allá de lo que puede comprender 

La actitud correcta es simplemente acompañar, estar al lado y tener la disposición de ayudar siempre que nos lo pidan.

La clave, no hay un ser humano igual a otro por eso la experiencia de los demás, no sirve como experiencia propia, pero si como referencia.

Así que seamos referencia, respetando los procesos de aprendizaje de cada ser humano, sin dudar que cada cual tiene el que necesita, aunque no podamos comprenderlo.


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