10.5.16

Si exagerásemos nuestras alegrías, como hacemos con nuestras penas, nuestros problemas perderían importancia

LA REVOLUCIÓN MÁS GRANDE  ES CONSERVAR LA ALEGRÍA
En un mundo que fomenta que te odies de las más diversas formas posibles, conservar la alegría y el amor propio es la verdadera revolución. Es la mejor forma de izar la bandera de nuestra forma de vivir, de nuestro inconformismo ante las injusticias sin perder el ritmo que nos marcan las sonrisas, los abrazos y la atención humana y cálida para todo aquel que la necesita.

Cuestionarnos no es esclavizarnos para ser mejores personas, es liberarnos para poder llegar a serlo. Normalmente nos cuestionamos de forma inversa: todo lo que soy no llega a ser lo suficientemente bueno en nada. No estoy a la altura de lo que me demandan.

No soy lo suficientemente atractivo, no soy lo suficientemente buena madre, jamás lo conseguiré, es lo que me dicen y lo que yo me creo. Rebélate ante tanto malestar y proclama la revolución de tu propia alegría. Sonríe, confunde a la gente que te espera acompañada de la tristeza.

La revolución de la alegría que todos poseemos

Con tantos mensajes contradictorios y tanta incertidumbre es hasta normal que tengamos la tentación de odiarnos. Odiar nuestra existencia porque parece que no somos libres de ejercerla con libertad. Pero cuanto más te odies, más razón darás a aquellos que quieren que lo hagas. Es la hora de cuestionar todo lo que nos ha llevado a llegar a odiarnos y sentirnos culpables, es hora de cuestionar la tristeza  para hacer la revolución de la alegría.

Sentir dolor en la vida es normal.
Transformar nuestra vida en sufrimiento, no.

Sal de esa cárcel autoimpuesta de dolor y sufrimiento, donde residen todos los agravios del pasado, las demandas inalcanzables y la culpabilidad marchita e hiriente. De todas formas nunca podremos ser perfectos, eso no es ni mucho menos lo peor que nos puede pasar. Lo peor es perder la alegría y el amor propio porque crees que no eres lo suficiente bueno y que el peaje que debes pagar por ello es sentirte eternamente en deuda y fracasado.

La falacia de la recompensa divina
A veces pensamos que todo nuestro sufrimiento será recompensado, que alguna fuerza sobrenatural pondrá todo en su sitio y nos premiará con lo que nos merecemos. Hemos sufrido mucho, seguimos pasándolo mal y creemos que el universo tiene el deber de repararnos. Es la falacia de la recompensa divina.

“Si exagerásemos nuestras alegrías, como hacemos con nuestras penas,
nuestros problemas perderían importancia”
-Anatole France-

Tu felicidad en cambio no vendrá como una recompensa de tu sufrimiento, a veces producto de injusticias reales. En tal caso, vendrá de tu esfuerzo por salir de él. De la capacidad de proporcionar unas amables palabras y una sonrisa cómplice a alguien que está pasando por un mal momento.

La alegría y la positividad es contagiosa. La actitud de eterno mártir no te beneficia ni a ti ni a nadie de tu entorno. Es tu responsabilidad salir de esa dinámica de malestar. Pide ayuda, exprésate, lucha por algo que quieres e intenta cambiar tus circunstancias.

La revolución de dejar el odio a un lado
No es afán ni ganas de cargar toda la culpa a la sociedad en la que te encuentras y de la que formas parte, se trata de que seas consciente de la gran cantidad de mensajes nocivos a nuestro alrededor que fomentan la agresividad, el egoísmo, la falsa moral y el consumismo sin control. Tú eres parte activa de tu mundo y por ello debes establecer límites.

Vivir con libertad implica asumir derechos y deberes, pero no exigencias inútiles, mucho menos si éstas no tienen nada que aportarte. Escoge todo aquello que te hace sentir bien y que no hace daño a nadie. Así de simple, así de efectivo.

Una persona corriente puede generar una revolución sin declararla
Tú puedes ejercer una pequeña revolución en el mundo. Puedes demostrar que pese a todo lo malo vivido, te empeñas en mejorar y en hacer exportar un producto original que ni se compra ni se vende: la aceptación incondicional de ti mismo, el compromiso con las cosas que de verdad te importan y la ausencia de interiorizar estereotipos y estigmas que no te pertenecen.

“¡Cuán bueno hace al hombre la dicha!
Parece que uno quisiera dar su corazón, su alegría. ¡Y la alegría es contagiosa!”
-Fiodor Dostoievski-

Que se los queden otros, aquellos que los patentaron. Tú te encargas de conseguir una empresa mucho mayor: la de quererte con ganas y la de no sufrir más de lo necesario porque no te da la gana. Este tipo de revoluciones individuales son las que causan mayor impacto en las personas que vamos encontrando.

Los ideales hechos actos, personas más preocupadas por el verdadero bienestar  que por el éxito ante los demás. Esa es la revolución que nunca crea desconfianza allá por donde pasa.


Cristina Roda Rivera

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