22.8.16

La auténtica felicidad es invisible, no se puede tocar ni ver, pero sí sentir

LAS COSAS MÁS BONITAS NI SE VEN NI SE TOCAN: SE SIENTEN

Una caricia, un abrazo, la magia de una mirada o un “cómo estás hoy”, configuran la auténtica fórmula de la felicidad, la cual, no es más que la suma de todas esas cosas invisibles a los ojos, que al juntarse, siembran de flores nuestra alma.

Ahora bien, los expertos en emociones y en psicología del comportamiento nos dicen que las personas perdemos muy a menudo esa capacidad natural para experimentar la felicidad más simple, la más elemental. De hecho, el ser humano es el único ser vivo capaz de sobredimensionar su sufrimiento, a través, por ejemplo, de pensamientos distorsivos o tóxicos.

“Todas las cosas están ligadas por lazos invisibles:
no podemos arrancar una flor sin molestar a una estrella.”
-Galileo Galilei-

La auténtica felicidad, por tanto, es invisible, no se puede tocar, no se puede ver, pero sí sentir, porque es energía que emana de nuestros propios vínculos positivos con aquello que nos es significativo. Las cosas más bonitas están ahí, a nuestro alrededor, pero no esperan ser poseídas ni manipuladas, sino respetadas como merecen: como algo sagrado.


Porque el amor, ni se somete ni se domina, el amor debe crearse y renovarse cada día, al igual que la amistad más sincera y enriquecedora, o el cariño por un hijo o la complicidad por nuestras mascotas. Lo que ofrecemos y lo que recibimos no se puede tocar, es el aliento de nuestras emociones.

Las cosas más bonitas que no siempre vemos

Las cosas más bonitas, en ocasiones, siempre han están ahí, a nuestro alrededor. Sin embargo, no podemos verlas, porque durante gran parte del día llevamos un aparatoso filtro en el cerebro activado por las rutinas, los automatismos, los pensamientos rumiantes, mecánicos y esa escasa intuición que parece haberse desconectado por completo de nuestras emociones.

Rick Hanson es un neuropsicólogo de la Universidad de San Francisco, famoso por libros como “La conexión de la felicidad” o “El cerebro de Buda”. En ellos, nos revela algo importante que deberíamos tener en cuenta. Nuestro cerebro no sabe ser feliz, sin embargo se guía por las recompensas.

Desde que nacemos, y a lo largo de nuestra infancia, somos unos maravillosos cazadores de recompensas, pero son aspectos tan esenciales, tan puros y atómicos que a día de hoy, llegada la madurez, ya hemos olvidado ese placer innato por ellas.

Solo los niños saben disfrutar tanto de este presente, del aquí y ahora. Les basta con soñar para sentirse gratificados. Un paseo, un juego, un descubrimiento, un abrazo o un “estoy orgulloso de ti” le sirven a una mente infantil como el mejor de los regalos. Ofrendas invisibles que nutren sus corazones y que aprecian.

A medida que crecemos nuestra búsqueda de recompensas se vuelve más compleja: solo seré feliz cuando tenga un buen trabajo, la pareja o cuando los demás reconozcan todo lo que valgo… Nuestra mente pierde su inocencia, y es de este modo como llegan los abismos, las inseguridades, las frustraciones…

El neuropsicólogo Rick Hanson enfatiza la necesidad de “conectar” con nuestra felicidad.  Algo así solo se consigue reprogramando nuestro cerebro aprovechando su plasticidad neuronal. Hay que cambiar pensamientos, conductas, hay que propiciar nuevas  emociones para dar forma a nuestra realidad. Porque las cosas más bonitas siguen ahí, invisibles e intangibles… Hay que saber sentirlas.


Abre los ojos de tu interior para ver las cosas invisibles

Para comprendernos un poco mejor como especie siempre resulta interesante ahondar en el campo de la neuropsicología. Nuestros cerebros han evolucionado basándose en experiencias negativas, y lo han hecho porque solo así se obtiene un adecuado aprendizaje para poder sobrevivir, porque nuestros ancestros tuvieron que hacer frente a situaciones muy duras.

Esto, sin duda, nos hace entender una cosa básica: estamos programados para centrarnos en los aspectos más negativos de nuestra vida. Sin embargo, es momento de dar el paso e ir más allá. Si hemos sido capaces de sobrevivir a la adversidad como especie, es momento de que avancemos y obtengamos el aprendizaje de la felicidad. Porque el siguiente eslabón evolutivo no es otro que el de la conciencia.

Desarrollemos pues una conciencia más intuitiva en cuanto a emociones, a reciprocidad, respeto y empatía. Aprendamos a ser conscientes de las cosas más bonitas que nos rodean para crecer con ellas, para atenderlas, propiciarlas.  Debemos permitirnos ser más felices puesto que ya hemos aprendido a ser FUERTES.

Pasos para tomar conciencia y abrir los ojos desde nuestro interior

Somos expertos en el arte de la preocupación, en adelantar fatalidades, en desconfiar incluso de nuestras propias capacidades. De algún modo, nos centramos tanto en ese abismo de negatividades de nuestro interior que nos pasamos el día con los ojos cerrados. Somos ciegos por dentro y por fuera, y vamos buscando a tientas la felicidad.

·           Es el momento de encender la luz de tu interior para derribar cada alambrada del “puede qué” “es posible qué”, “esto no es para mí” o “me da miedo que…”
·           Solo cuando somos libres de nuestras propias cárceles interiores, nos alzamos como criaturas valientes para mirar por fin al exterior sin miedo, sin cargas, sin filtros de negatividad.
·           Aférrate al aquí y ahora y busca recompensas cotidianas como lo hace un niño: el sabor de una comida nueva, el placer de hacer un nuevo amigo, un paseo, una sonrisa, el encuentro con una mirada…
·           Deléitate con las cosas pequeñas que te vas encontrando, porque si las pones juntas, crean universos enteros.

Disfrútalas con detenimiento porque es ahí donde se encuentra el auténtico bienestar, en lo más diminuto, invisible y elemental. Recuerda ante todo que la felicidad no se encuentra con un golpe de suerte, se propicia con las cosas pequeñas que ocurren todos los días y que habitualmente ignoramos.


Valeria Sabater

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