23.9.19

He aprendido tanto de estar en ella como de salir corriendo para no estar más

BENDITA ZONA DE CONFORT…

Lo siento. Me quedo en la zona de confort. Al menos un rato. Hasta las seis o las siete. No para demorar mi salida de este remanso de falsa paz y angustia controlada, sino para descubrir qué me retiene aquí. Necesito explorarme a mí misma un rato y saber qué siento. Reconocerme a mí misma metida en esta jaula mediocre pero maravillosa a ratos y saber por qué a veces no me muevo de aquí a pesar de mis ansias por llegar a otros lugares que parecen mejores. Si no me quedo un tiempo (no sé cuánto) y me miro en sus espejos distorsionados no sabré qué es lo que me mantiene aquí y me amarga, con qué me seduce este momento que no me deja visitar otros momentos…

Qué sucedáneo de vida consigo metida aquí que creo que no podré obtener en el otro lado de mi vida, qué imagino que va a pasar ahí afuera si salgo de este entorno mullido y caliente para visitar el frío destino donde parece que están mis sueños… 


A veces, hay que retozar en el lodo para saber qué te ata a él hasta sentirte capaz de levantarte y abrir la puerta. Hay tantas formas de vivir en esta zona de comodidad como seres humanos habitan el mundo. Lo que para ti es un lugar espantoso, para otra persona es un remanso de paz. Si abandonas tu zona de confort sin descubrir qué te retenía en ella, vayas a donde vayas, te vas a montar una nueva sucursal. Será en otro lugar y la llamarás de otro modo, la revestirás de cambio y valentía porque habrás dado un paso saliendo de la primera y porque todavía no te habrás dado cuenta de haber caído en otra…

Nos pasamos la vida revisitando el pasado sin atrevernos a mirarlo de otro modo, a reinterpretarlo, a cambiar nuestra percepción de lo que pasó y comprender lo que nos pasa… Hoy no me propongo quedarme estancada en mi dolor, me propongo estar en él y observarlo para encontrarle un sentido y poder seguir adelante sin llevarlo en mi mochila como una carga… Nuestra “zona de confort” es el resultado de no atrevernos a volver a mirar nuestra vida con otros ojos y seguir anclados en ella sin ser capaces de perdonar y perdonarnos y abrazar lo que fuimos… Si no abrazamos lo que fuimos sin reproches, no amamos lo que somos y no podemos avanzar sin lastre. 

Nos engañamos pensando que caminamos hacia delante cuando en realidad lo hacemos en círculo. Pensamos que nos largamos con valor y en realidad huimos, creemos que persistimos  en conseguir algo nuevo cuando en realidad aguantamos lo que es inaguantable… Porque cambiamos el escenario, pero no cambiamos nosotros. Lo que importa no es lo que pasa (lo sé, duele y asusta) es cómo decidimos vivirlo y experimentarlo. Siempre culpamos a la vida (es absolutamente dulce y macabra, cierto) pero lo hacemos para no mirar en nosotros y descubrir que cuando reparten asco, muchas veces, seguimos levantando la mano y nos ponemos en la fila para conseguir un pedazo enorme y nos ponemos también en la fila del miedo, de la modorra, de la rabia, de la culpa, de la vida sin vivir y de las decisiones pendientes.

La manida zona de confort no es un lugar, es un estado mental y emocional. Es una decisión de no preguntarse para qué hago lo que hago y qué sentido tiene en mi vida. Es un dejar de sentirte en tu piel y habitar otros estados emocionales esperando que sean más placenteros. Es un no permitirse imaginar otra vida, es conformarse y tragar sin preguntar, sin tener que aceptar nada porque, eso sí, decidimos seguir peleados con todo y con todos.

Se puede abandonar la zona de confort sin moverse de lugar, porque el que se mueve eres tú, por dentro. Se puede llegar a la meta sin cambiar nada porque descubres que tu meta era encontrar la paz de saber que ya no buscas más y estás entero.

Vamos por ahí dando fórmulas para que todo el mundo se arriesgue a dar el salto hacia otro tipo de vida y nos presionamos a nosotros mismos para hacerlo sin saber ni siquiera dónde estamos y dónde queremos llegar. Sin reconocer qué nos apega tanto a este lugar del que no salimos nunca, sin sumergirnos en él para descubrir qué mentiras nos contamos para no soltar la rama con la que nos sujetamos a un árbol que está muerto y que se cae…

Nos instigamos tanto para arriesgarnos y vencer miedos que salimos del infierno y nos montamos otro igual en nuestro nuevo lugar de destino. Tal vez, en lugar de enamorarte de tus sueños y metas tienes que enamorarte de ti ahora y de la persona que puedes llegar a ser cuando los consigas, de esa sensación de plenitud y confianza en ti que te recorrerá las venas.

Para salir de tu jaula tienes que aceptar la persona que eres viviendo en ella y comprometerte a no culparte, ni reprocharte, ni menospreciarte por haberte sentido cómodo en ella… Comprender qué te ata a este momento presente en el que no eres feliz y qué mentiras te cuentas para permanecer en él en este estado, porque si no, vayas a donde vayas, te montarás un futuro idéntico.

Bendita zona de confort por todo lo que podemos aprender de ella… Dejemos de denostarla porque nos herimos a nosotros mismos y la hacemos grande y enorme, la ponemos en nuestra lista de miedos y empezamos a resistirnos a abandonarla sin sentirla ni comprender por qué la hemos habitado durante tanto tiempo.

Bendita zona de confort por lo que nos cuenta de quiénes somos y de lo que nos asusta… Si renegamos de lo que somos ahora, corremos el riesgo de no comprendernos, no aceptarnos, no saber qué nos retenía en este estado de letargo y no poder salir nunca.

Si no amamos lo que somos ahora y lo respetamos aunque no nos guste, seguimos cargando piedras que nos hacen más difícil llegar a amarnos como merecemos. 

Yo me quedo un rato, no como excusa, para observar qué me ata y cómo me ato aquí. No para mirar afuera y lamentarme y quejarme de lo que consiguen otros y yo no, sino para mirar en mí y sacar la basura que guardo escondida y finjo que no existe, mientras me culpo por como soy y culpo al mundo por ser como es.   Aprendemos tanto de nuestra luz como de nuestra sombra y en este lugar hay un poco de todo.

Dejemos de huir de lo que somos porque en ello están todas las respuestas que buscamos. 
Se ha hablado tanto de la “zona de confort” que todos nos afanamos en dejarla sin haber sido muchas veces capaces de comprender qué nos ata a ella… A menudo pensamos que la dejamos pero como no hemos aprendido nada, lo que hacemos es huir y montarnos otra en la siguiente parada, más amplia tal vez, con más luz y más vistas, pero es lo mismo, un lugar donde el miedo nos quema y enjaula.

Sin embargo, hoy quiero recuperar su valor como fuente de  autoconocimiento

He aprendido tanto de estar en ella como de salir corriendo para no permanecer nunca más…

Mercè Roura

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