18.8.25

Vivir plenamente implica aceptar todas las emociones humanas, no solo las «bonitas»

LA POSITIVIDAD TÓXICA…                

… O LA FELICIDAD FORZADA

En los últimos años, hemos asistido a una verdadera revolución del pensamiento positivo, desde libros de autoayuda hasta cuentas de redes sociales dedicadas a frases motivacionales, el mensaje es claro: hay que mantener una actitud positiva, sin importar lo que pase. «Sonríe siempre», «agradece lo que tienes», «todo ocurre por una razón». 

Estas frases, aunque aparentemente inofensivas, pueden convertirse en un arma de doble filo cuando se usan para tapar o negar emociones válidas y necesarias. A esto se le llama positividad tóxica, un concepto que cada vez gana más atención en el ámbito de la psicología y el bienestar emocional.

La positividad tóxica se refiere a esa insistencia desmedida en mantener una actitud positiva, incluso frente a situaciones difíciles o dolorosas. Es la idea de que debemos enfocarnos solo en lo bueno, ignorando o minimizando las emociones negativas. Sin embargo, aunque el pensamiento positivo tiene beneficios demostrados, cuando se convierte en una obligación constante, puede volverse contraproducente.

Esta forma de «positivismo forzado» puede manifestarse de muchas formas: desde decirle a alguien que «todo pasa por algo» cuando ha perdido a un ser querido, hasta minimizar la  ansiedad o la depresión con frases como «tienes que ver el lado bueno» o «hay gente que está peor». En lugar de consolar, este tipo de reacciones pueden hacer que la persona se sienta incomprendida, juzgada o incluso culpable por no poder sentirse mejor.

Y es que vivimos en una sociedad que glorifica la felicidad como estado permanente, las redes sociales juegan un papel clave en esto. Instagram, TikTok, Facebook y otras plataformas están repletas de imágenes de personas que parecen vivir en una burbuja de bienestar constante: vacaciones idílicas, cuerpos perfectos, sonrisas permanentes. Esta exposición constante a una «realidad editada» puede generar una sensación de insuficiencia en quienes están atravesando momentos difíciles.

La presión por mostrar una vida feliz y exitosa también se traslada al ámbito laboral, educativo y familiar. Frases como «la actitud lo es todo» o «el éxito depende de tu energía positiva» sugieren que, si algo va mal, es porque no estamos siendo lo suficientemente optimistas. Esto no solo es falso, sino que puede resultar profundamente injusto con personas que están luchando contra enfermedades mentales, crisis económicas o traumas personales.

Cómo nos afecta la positividad tóxica

La positividad tóxica puede generar una serie de consecuencias emocionales que, lejos de ayudar, agravan nuestro malestar. Cuando de forma repetida negamos o reprimimos las emociones negativas, estamos dificultando o incluso impidiendo el proceso natural de afrontamiento y procesamiento de experiencias dolorosas. No se trata de regodearse en el sufrimiento, sino de permitirnos sentirlo, entenderlo y, finalmente, superarlo.

Uno de los efectos más frecuentes de la positividad tóxica es la represión emocional. Cuando estamos convencidos que expresar tristeza, enfado o angustia no es algo bueno y que es una muestra de debilidad o falta de control, y aprendemos a silenciar nuestro mundo interior. Esta autocensura emocional no solo impide una expresión saludable de las emociones sino que también alimenta una presión interna constante.

Junto con esto, suele aparecer un sentimiento de culpa, sobre todo en esta sociedad que valora el optimismo y la alegría por encima de todo, donde quien no logra encajar en ese ideal puede pensar que hay algo defectuoso en él o ella. Si todos parecemos felices, sentirnos mal se vuelve una anomalía, algo que hay que corregir o esconder. Esto puede llevarnos a sentir una desconexión con los demás e incluso al aislamiento, evitando hablar de lo que nos ocurre y alejándonos de nuestro entorno. Desgraciadamente, esta soledad impuesta intensifica el sufrimiento y dificulta el acceso a redes de apoyo.

Además, cuando predomina este enfoque de positividad forzada, el dolor emocional se vuelve invisible. Como no se reconoce, no se nombra ni se legitima, los problemas reales quedan sin abordar, y como consecuencia, en lugar de hacer frente a las dificultades, las cubrimos con una capa de frases hechas y sonrisas fingidas, lo cual posterga —o incluso impide— una verdadera recuperación emocional.

Por qué necesitamos sentir todas nuestras emociones

Las emociones no existen por capricho, cada una cumple una función adaptativa. La tristeza, por ejemplo, nos permite procesar pérdidas y pedir apoyo. El miedo nos protege del peligro. El enfado o la ira nos ayudan a ser capaces de poner límites. Negarlas o evitarlas solo hace que se acumulen bajo la superficie, donde pueden manifestarse de forma mucho más destructiva: ataques de ansiedad, enfermedades psicosomáticas, depresiones persistentes.

Es necesario aprender a convivir con el malestar sin que nos devore, y sin pretender eliminarlo de inmediato con una sonrisa superficial. Como dice la psicóloga Susan David, «las emociones difíciles son el precio de una vida significativa».

Cuando alguien que queremos está atravesando un momento difícil, nuestro instinto puede llevarnos a querer animarlo de inmediato. Pero muchas veces, lo que más necesita esa persona no es un consejo, sino alguien que la escuche sin juzgar. En lugar de decir «todo va a estar bien», podemos decir: «Estoy aquí contigo». En vez de «tienes que ser fuerte», podríamos decir: «Es normal sentirse así, no estás solo/a».

Practicar la empatía implica validar las emociones del otro, aunque no las comprendamos del todo. No se trata de ofrecer soluciones rápidas, sino de brindar presencia, escucha y respeto. Acompañar el dolor del otro sin intentar borrarlo.

Positividad real vs. positividad tóxica

Es importante diferenciar entre la positividad saludable y la positividad tóxica. La primera reconoce las dificultades, pero también confía en que se pueden superar, no niega el dolor, pero tampoco se queda estancada en él. En cambio, la positividad tóxica busca tapar cualquier emoción «negativa» de forma rápida y superficial.

Una actitud verdaderamente positiva es aquella que nos permite mirar los problemas de frente, sin negarlos, y buscar salidas realistas. Incluye aceptar nuestros límites, pedir ayuda cuando la necesitamos y permitirnos descansar sin sentirnos culpables. Es, en definitiva, una positividad que abraza nuestra humanidad.

Cómo cultivar una relación sana con nuestras emociones

  • Escucha tu cuerpo y tus emociones sin juzgarte. Permítete estar triste, frustrado o cansado sin sentir que estás fallando.
  • Habla con personas de confianza. Compartir lo que sientes puede aliviar la carga y darte otra perspectiva.
  • Busca ayuda profesional si lo necesitas. No todo puede resolverse con fuerza de voluntad. Un psicólogo o terapeuta puede acompañarte de forma adecuada.
  • Practica el autocuidado real. No se trata solo de darse gustos, sino de reconocer tus necesidades emocionales y físicas.
  • Desconfía de la felicidad obligatoria. No todo lo que brilla en redes sociales es verdad. Cada persona tiene su propia lucha.

La positividad tóxica es, en el fondo, una forma de negación y por eso nos empuja a esconder el dolor, a disimular la tristeza, a forzar sonrisas cuando por dentro estamos rotos. Pero vivir plenamente implica aceptar toda la gama de emociones humanas, no solo las «bonitas».

Aprender a sentir, a pedir ayuda, a acompañar el dolor propio y ajeno, es un acto de madurez emocional. Solo cuando nos damos permiso para estar mal, podemos comenzar a sanar de verdad. Porque una vida significativa no es aquella libre de sufrimiento, sino aquella que se vive con autenticidad, compasión y verdad.

Y tal vez, solo tal vez, la próxima vez que alguien llore frente a nosotros, podamos elegir no decir nada, y simplemente estar. Porque a veces, eso es todo lo que se necesita.

https://www.psicoactiva.com/blog/la-positividad-toxica/  

No hay comentarios:

Publicar un comentario