LA POSITIVIDAD TÓXICA…
… O LA FELICIDAD FORZADA
En los últimos años, hemos asistido a una verdadera revolución del pensamiento positivo, desde libros de autoayuda hasta cuentas de redes sociales dedicadas a frases motivacionales, el mensaje es claro: hay que mantener una actitud positiva, sin importar lo que pase. «Sonríe siempre», «agradece lo que tienes», «todo ocurre por una razón».
Estas frases, aunque aparentemente inofensivas, pueden convertirse en un arma de doble filo cuando se usan para tapar o negar emociones válidas y necesarias. A esto se le llama positividad tóxica, un concepto que cada vez gana más atención en el ámbito de la psicología y el bienestar emocional.
La positividad tóxica se refiere a esa insistencia desmedida
en mantener una actitud positiva, incluso frente a situaciones difíciles o
dolorosas. Es la idea de que
debemos enfocarnos solo en lo bueno, ignorando o minimizando las emociones
negativas. Sin embargo, aunque el pensamiento positivo tiene beneficios
demostrados, cuando se convierte en una obligación constante, puede volverse
contraproducente.
Esta forma de «positivismo forzado» puede manifestarse de
muchas formas: desde decirle a alguien que «todo pasa por algo» cuando ha
perdido a un ser querido, hasta minimizar la ansiedad o la depresión con frases como «tienes que ver el lado bueno»
o «hay gente que está peor». En
lugar de consolar, este tipo de reacciones pueden hacer que la persona se
sienta incomprendida, juzgada o incluso culpable por no poder
sentirse mejor.
Y es que vivimos en una sociedad que glorifica la felicidad como estado
permanente, las redes sociales juegan un papel clave en esto. Instagram,
TikTok, Facebook y otras plataformas están repletas de imágenes de personas que
parecen vivir en una burbuja de bienestar constante: vacaciones idílicas,
cuerpos perfectos, sonrisas permanentes. Esta exposición constante a una
«realidad editada» puede generar una sensación de insuficiencia en quienes
están atravesando momentos difíciles.
La presión por
mostrar una vida feliz y exitosa también se traslada al ámbito laboral,
educativo y familiar. Frases como «la actitud lo es todo» o «el éxito
depende de tu energía positiva» sugieren que, si algo va mal, es porque no
estamos siendo lo suficientemente optimistas. Esto no solo es falso, sino que
puede resultar profundamente injusto con personas que están luchando contra
enfermedades mentales, crisis económicas o traumas personales.
Cómo nos afecta la
positividad tóxica
La positividad tóxica puede generar una serie de
consecuencias emocionales que, lejos de ayudar, agravan nuestro malestar.
Cuando de forma repetida negamos o reprimimos las emociones negativas,
estamos dificultando o incluso
impidiendo el proceso natural de afrontamiento y procesamiento de experiencias
dolorosas. No se trata de regodearse en el sufrimiento, sino de
permitirnos sentirlo, entenderlo y, finalmente, superarlo.
Uno de los efectos más frecuentes de la positividad tóxica
es la represión emocional.
Cuando estamos convencidos que expresar tristeza, enfado o angustia no es algo bueno y que es una
muestra de debilidad o falta de control, y aprendemos a silenciar nuestro mundo
interior. Esta autocensura emocional no solo impide una expresión saludable de
las emociones sino que también alimenta
una presión interna constante.
Junto con esto, suele aparecer un sentimiento de culpa, sobre todo
en esta sociedad que valora el optimismo y la alegría por encima de todo, donde
quien no logra encajar en ese ideal puede pensar que hay algo defectuoso en él
o ella. Si todos parecemos felices, sentirnos mal se vuelve una anomalía, algo
que hay que corregir o esconder. Esto puede llevarnos a sentir una desconexión
con los demás e incluso al aislamiento, evitando hablar de lo que nos ocurre y
alejándonos de nuestro entorno. Desgraciadamente, esta soledad impuesta
intensifica el sufrimiento y dificulta el acceso a redes de apoyo.
Además, cuando predomina este enfoque de positividad
forzada, el dolor emocional se
vuelve invisible. Como no se reconoce, no se nombra ni se legitima, los
problemas reales quedan sin abordar, y como consecuencia, en lugar de hacer
frente a las dificultades, las cubrimos con una capa de frases hechas y
sonrisas fingidas, lo cual posterga —o incluso impide— una verdadera
recuperación emocional.
Por qué necesitamos
sentir todas nuestras emociones
Las emociones no existen por capricho, cada una cumple una función adaptativa.
La tristeza, por ejemplo, nos permite procesar pérdidas y pedir apoyo. El miedo nos protege del
peligro. El enfado o la ira nos ayudan a ser capaces de poner límites. Negarlas
o evitarlas solo hace que se
acumulen bajo la superficie, donde pueden manifestarse de forma mucho más
destructiva: ataques de ansiedad, enfermedades psicosomáticas, depresiones persistentes.
Es necesario aprender a convivir con el malestar sin que nos
devore, y sin pretender eliminarlo de inmediato con una sonrisa superficial.
Como dice la psicóloga Susan David, «las emociones difíciles son el precio de
una vida significativa».
Cuando alguien que queremos está atravesando un momento
difícil, nuestro instinto puede llevarnos a querer animarlo de inmediato. Pero
muchas veces, lo que más necesita esa persona no es un consejo, sino alguien
que la escuche sin juzgar. En lugar de decir «todo va a estar bien», podemos
decir: «Estoy aquí contigo». En vez de «tienes que ser fuerte», podríamos
decir: «Es normal sentirse así, no estás solo/a».
Practicar la empatía implica validar las emociones del otro, aunque no las
comprendamos del todo. No se trata de ofrecer soluciones rápidas, sino
de brindar presencia, escucha y respeto. Acompañar el dolor del otro sin
intentar borrarlo.
Positividad real vs.
positividad tóxica
Es importante diferenciar entre la positividad saludable y
la positividad tóxica. La primera reconoce las dificultades, pero también
confía en que se pueden superar, no niega el dolor, pero tampoco se queda
estancada en él. En cambio, la
positividad tóxica busca tapar cualquier emoción «negativa» de forma rápida y
superficial.
Una actitud verdaderamente positiva es aquella que nos permite mirar los problemas de frente, sin negarlos,
y buscar salidas realistas. Incluye aceptar nuestros límites, pedir
ayuda cuando la necesitamos y permitirnos descansar sin sentirnos culpables.
Es, en definitiva, una positividad que abraza nuestra humanidad.
Cómo cultivar una
relación sana con nuestras emociones
- Escucha tu cuerpo y tus emociones sin
juzgarte. Permítete estar triste, frustrado o cansado sin
sentir que estás fallando.
- Habla con personas de confianza. Compartir
lo que sientes puede aliviar la carga y darte otra perspectiva.
- Busca ayuda profesional si lo necesitas. No
todo puede resolverse con fuerza de voluntad. Un psicólogo o terapeuta
puede acompañarte de forma adecuada.
- Practica el autocuidado real. No
se trata solo de darse gustos, sino de reconocer tus necesidades
emocionales y físicas.
- Desconfía de la felicidad obligatoria. No
todo lo que brilla en redes sociales es verdad. Cada persona tiene su
propia lucha.
La positividad tóxica es, en el fondo, una forma de negación
y por eso nos empuja a esconder el dolor, a disimular la tristeza, a forzar
sonrisas cuando por dentro estamos rotos. Pero vivir plenamente implica aceptar
toda la gama de emociones humanas, no solo las «bonitas».
Aprender a sentir, a pedir ayuda, a acompañar el dolor propio
y ajeno, es un acto de madurez emocional. Solo cuando nos damos permiso para
estar mal, podemos comenzar a sanar de verdad. Porque una vida significativa no
es aquella libre de sufrimiento, sino aquella que se vive con autenticidad,
compasión y verdad.
Y tal vez, solo tal vez, la próxima vez que alguien llore
frente a nosotros, podamos elegir no decir nada, y simplemente estar. Porque a
veces, eso es todo lo que se necesita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario