20.2.14

A las buenas o a las malas, el mundo se mueve y el cambio no consulta

¿TE ASUSTA EL CAMBIO?

Es increíble el miedo que produce cambiar.
Claro, nos educaron con el criterio de que la estabilidad era sinónimo de madurez, de equilibrio.

Quien cambia es ‘inestable’, inmaduro, todavía no ha crecido, porque el ideal de vida, para la sociedad, es un mundo quieto.

Vivir en el mismo barrio, habitar la misma casa, permanecer en el mismo colegio, tener la misma pareja, ‘durar’ en el mismo trabajo, escoger carrera ‘para toda la vida’, amarrarse a la misma ciudad y al mismo país…todos sinónimos de estabilidad.

Ni qué decir de las ideas o de las creencias.
Hay que tener los mismos valores, los mismos criterios, la misma mentalidad.
Atreverse a innovar es como una ‘locura’ y es más importante permanecer que arriesgar.

Nuestra sociedad valora lo estático, que ‘no produce desorden’, antes de romper esquemas y arriesgarse a que la vida sea diferente.
El criterio más elemental para cambiar, el más simple si se quiere, es que lo que hemos vivido, lo que hemos estudiado, lo que nos ha acompañado, donde hemos permanecido, no nos ha producido ni la paz ni la armonía esperadas.

En más de una situación el cambio exterior no produce los resultados que anhelamos porque los problemas no son tan sólo geográficos, o de ambiente, o de la persona que nos acompaña, o de la ciudad o del país en el que habitamos.
Debo cambiar y arriesgarme, pero también debo manejar internamente la flexibilidad para no apegarme, para fluir, para atreverme.

Es el famoso equilibrio: cambiar pero no desbordarse.
Cambiar pero no precipitarse o indigestarse queriendo asumirlo todo a la vez.
Ningún cambio duradero es rápido o instantáneo.

Los cambios necesitan cocción.
En el cambio no hay horno microondas sino fogón de leña.
Sorprende cómo los seres humanos dicen tanto de su personalidad a través de su necesidad o resistencia a los cambios.

Hay personas ‘muertas’ en vida que no se atreven a cambiar ni siquiera la ruta hacia el trabajo, ni lo que comen, ni se arriesgan a vestirse diferente, a mover los muebles de la casa, o a pasar un fin de semana de otra manera.

Por eso cuando no se acepta, la resistencia al cambio se convierte en enfermedad.
A las buenas o a las malas, el mundo se mueve y el cambio no consulta.
¡Simplemente se da!



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