18.7.17

Fluir significa apostar por la confianza en un principio de orden superior

LA TERNURA … LA FUERZA DEL ALMA

El que lo fuerza lo estropea. El que lo agarra lo pierde. “Lao Tse”

A lo largo de la vida la experiencia que uno va adquiriendo nos demuestra que el hecho de forzar situaciones, personas y cosas, parece estar reñido con un final feliz.

La vida nos enseña, una y otra vez, que el hecho de aplicar más fuerza de la necesaria, da como resultado dar la vuelta al objetivo perseguido, convirtiendo en perjuicio lo que antes un proyecto de felicidad. 

El ser humano que se busca a sí mismo como principio y fin de su aventura en la tierra, conforme se acerca a los niveles más recónditos de su ser, retira aquella fuerza del músculo y deja paso a la suave caricia del alma.

La mano fuerte que nació para agarrar y permitir sobrevivir al cuerpo físico, llegado un punto, ya no sirve como herramienta para abrazar el siguiente nivel de conocimiento. Y si en un tiempo la vida demandaba el desarrollo de la fuerza y el enfrentamiento a la naturaleza, una vez de vuelta a uno mismo, es la ternura y la caricia del silencio las que nos hacen avanzar con mayor velocidad hacia el destino del alma.

El acto de fluir refleja ese suave resbalar de las aguas del río por el cauce hacia el mar. Fluir habla de observar cómo sucede el día a día sin despistarse. Fluir habla de comprobar cómo, sin forzar la propia intervención en el desenlace de los acontecimientos, las cosas encajan por sí solas en una dirección insospechadamente óptima.


Fluir significa sujetar delicadamente al egoísmo, con sus miedos y deseos, y abrirse a la sintonía de un yo global más sabio que propicia aquella victoria en la que todos ganan.

Fluir significa apostar por la confianza, con mayúsculas, en un principio de orden superior, a través del cual se mueven las fichas de la vida de manera sabia y misteriosa. Un flujo que avanza sin el miedo que propicia el no control de un agobiado ser humano que vive agarrado a la falsa seguridad de la tensión y la ansiedad anticipatoria.

Fluir es dejarse inundar por el presente sabiendo que el río de la vida discurre por entre las dos orillas de la claridad y la confusión, mientras uno mismo observa a ambas desde un tercer punto más allá de ellas. 

Fluir significa que la tristeza no perturba y que la frustración no nos arrebata del cálido sentimiento interior desde el que relacionarnos con la suave y benévola sonrisa del alma.

Fluir por la vida es situarse en el testigo primordial, neutral y ecuánime que, de manera inafectada y totalmente imperturbable, observa el juego del dolor y del placer mientras el cuerpo crece, se desarrolla, decae, envejece y muere. Sin duda, a quien le sucede todo este proceso del vivir en un cuerpo, es al yo-espectador de la aventura de la conciencia. El testigo que observa a la mente soñadora de realidades estimulantes y contradictorias.

Tiene muchos nombres, pero ninguno llega a definir con acierto eso que somos en esencia.

Una identidad suprema que no ha nacido ni morirá porque existía antes y después del principio de los tiempos, porque está fuera del tiempo y pertenece al plano del ser que llamamos infinito. Si uno lo busca, tal vez, malgasta su tiempo porque nunca lo perdió. 

Sucede que eso que en realidad somos es el todo, algo que aún no se puede concebir, mientras no sea ampliado, trascendido y sentido.

Si bien es cierto que puede ocurrirnos en momentos ocasionales de iluminación. Instantes cargados de infinitud en los que brota la verdadera naturaleza de la mente profunda, en donde se derraman entre lágrimas de júbilo oleadas de gratitud y ternura.


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