19.5.20

Nada está decidido. Lo estamos construyendo ahora y podemos cambiar de rumbo

COSAS QUE LA RAZÓN NO PUEDE ENTENDER

Cuando nos paramos a meditar en profundidad, tomamos conciencia de que nada está ni escrito, ni decidido. No hay categorías, ni clases. Hay seres humanos ejerciendo su libre albedrio. Eso sí… hay seres humanos que buscan más y hay seres humanos que se conforman con lo que tienen.
¿Cuál es la diferencia entre ellos? a veces, muy poca, cinco minutos de paciencia… Tal vez un impulso, un minuto de pensamientos o una tarde de charla con un amigo y un café para sacar las lágrimas acumuladas y los pensamientos que queman… Otras veces, lo que nos impide cambiar es una infancia sin guía, una soledad espesa aún pegada al equipaje pendiente de soltar, una sensación de nunca llegar a pesar de pasarse la vida corriendo.
No estamos determinados, ni debemos estar sometidos. Nuestro tiempo es este… La decisión es nuestra. En numerosas ocasiones, nos esforzamos en negar, en no admitir y no querer ver, que con la misma energía y determinación que negamos, podríamos solucionar el problema en lugar de eludirlo.

No podemos negar la evidencia, nos inventamos excusas continuamente.
Tal vez, por las ganas de sacarnos de dentro la insoportable sensación de frustración y la necesidad de gritar que nos genera la rabia. A veces, somos fríos y racionales. Otras veces, nos dejamos llevar por el calor interno que nos devora las entrañas, en lugar de dedicarnos un tiempo a nosotros mismos y a los demás para saber a dónde nos lleva ese piloto automático que todos tenemos dentro y que nunca falla.
Debemos escuchar y darle el valor enorme que tiene a nuestra intuición, pero equivocadamente vamos tan deprisa que no tenemos un momento para sentirnos y saber realmente qué queremos. Porque lo que realmente cuenta es lo que queremos, lo que nos hace sentir que encajamos en nuestra vida y le da sentido.
Levantarse por la mañana y tener la sensación de estar viviendo la vida de otro es desolador. Y a menudo, lo hacemos porque no nos escuchamos y no damos preferencia a lo que deseamos. Hasta que un día, al abrir los ojos, estamos huecos y acumulamos un cansancio que nos paraliza.
No hay fronteras solo si nosotros las ponemos, aunque estamos empeñados en ello porque nos gusta racionalizarlo todo, incluso los sentimientos. Así los escondemos, muchas veces, los tapamos y nos los echamos a la espalda para arrastrarlos. No nos atrevemos ni siquiera a nombrarlos.
Sin embargo, son tantas cosas que se escapan a la razón, cosas que pertenecen al mundo de las emociones. Cosas que no se explican con un sí o un no, que no se encasillan, ni definen, que no se ponen en el curriculum habitualmente, pero marcan la diferencia.
Esas cosas son las que se nos escapan si no volvemos la mirada a nuestro interior, a sentir y pensar con esa parte del cerebro que no sólo ejecuta sino que percibe… Cosas que nos ayudan a levantarnos después de caer y que hacen que la persona que surge de este ejercicio sea mejor.
Sentir emociones no nos hace irracionales, nos capacita y ayuda a tomar las decisiones adecuadas en cada momento y en cada caso.
No siempre el mejor camino es el recto, a veces hay que dar rodeos para no pisar conciencias, sobre todo, la propia. No llegamos a la vida con un guion escrito, nuestro personaje puede y sucede a lo largo de nuestra vida cambiar varias veces.
No hay muros si no los construimos, pero somos grandes expertos levantándolos de la noche a la mañana… Somos auto saboteadores de nuestros propios principios.
Con dos palabras cerramos puertas, esas que nos costó siglos entreabrir para dejar pasar aire nuevo y vaciar el aire viciado para empezar a trabajar en eso tan complicado que es comunicarse.
Y lo más complicado, a veces, es comunicarse con uno mismo. Decirse a uno mismo algunas verdades pendientes y afrontarlas. Y puesto que, a veces, somos tan racionales que pensamos que todo se encasilla, se etiqueta, se plastifica, se define y se recorta si hace falta, creemos que podemos sellar alianzas en cinco minutos… Que las confianzas se recobran a base de pegamento y las complicidades se gestan con mensajes de WhatsApp.
Nos falta cultura del café de media tarde, la del juego de miradas, de la charla, de perder un rato que en realidad no se pierde, cultivando las emociones, observando, sintiendo lo que somos y buscando la comprensión de los demás en sus gestos y palabras.
Nos falta recuperar la cultura de la espera y del hambre por conocer, del notar sin asustarse y no ocultarse al sentir… La cultura del sosiego. La de encontrarse con uno mismo y sentirse a gusto.
Nos falta darnos cuenta que somos mundos además de personas. Nos falta descubrir que cada uno de esos mundos tiene su lenguaje y no todos pueden comprenderse en un test o calificarse con una nota. No somos números, ni códigos de barras. Somos como escaleras de caracol con pequeñas aventuras a cada peldaño… Con peldaños de subida y de bajada. Con recodos oscuros y escalones más altos y más bajos, con descansos y sin reposo para tomar aliento.
No mostramos nuestros desvelos al microscopio ni nuestra maravillosa complejidad a primera vista. Somos los sentidos que despertamos en los demás.
Deberíamos fiarnos más del olfato que de la vista, del tacto que de la ropa que nos cubre… Saltar las murallas y dedicar cinco minutos a perdernos en mundos ajenos y regresar cambiados, más vivos, más sabios, más revueltos… No hay dioses menores, si es que existen dioses. No hay destinos erróneos ni deseos equivocados. Entre unos y otros dista a veces un esfuerzo, un enfoque distinto, un impulso valiente de mostrar lo que somos y descubrir nuestro talento. No hay seres grandes ni pequeños. La talla depende del ánimo, a veces.
Podemos conseguir lo que queremos si nos convertimos en el ser humano que deseamos ser. Aunque a veces, para hacerlo, haya que hacer renuncias importantes y esfuerzos titánicos. La forma de afrontarlo y la necesidad de hacerlo es una de las claves. Deberíamos recuperar la cultura de conversar, la cultura del ensueño y de la escucha. Empecemos por nosotros mismos y perdamos un poco de tiempo viajando a nuestro mundo interior. Dejando las razones para cuando las emociones estén aireadas y no nos sean desconocidas.
Ser nuestros compañeros de viaje más fieles y fiables. Convertirnos en esa persona que queremos ser y descubrir que si ahora no lo somos es porque nos separa un momento, un esfuerzo, un gesto.
Nada está escrito, ni decidido. Lo estamos construyendo ahora y podemos incluso cambiar de rumbo y de destino si el lugar a donde vamos ya no nos entusiasma. Si no nos lleva a nosotros mismos.
“Algunos piensan en la persona con la que les gustaría encontrarse. Otros deciden convertirse en ella”  Rafael Vidac

No hay comentarios:

Publicar un comentario