29.9.25

Tú decides si sigues empeñado en ese camino… o prefieres explorar otros

CUANDO LA VIDA TE DA SEÑALES

Siempre he creído que la vida nos envía pistas. También lo pensaba Jung, que las llamaba sincronicidades. A veces esas señales son muy evidentes, como cuando 100 editoriales te rechazan una novela. Otras veces son más sutiles, como cuando acabas atrapado en el mismo tipo de relación una y otra vez.

“¿Por qué me pasa siempre lo mismo?”, “¿por qué no logro avanzar?” o “¿por qué no logro lo que quiero?”, te repite, como si fuera un misterio insondable. Pero no es misterio. Es que quizás no estés viendo las señales de la vida. O tal vez no quieras verlas.

Sincronicidades: cuando el Universo te guiña el ojo

Carl Gustav Jung propuso el concepto de sincronicidad para explicar esas coincidencias que no son tan casuales. Es decir, eventos que ocurren al mismo tiempo y que, aunque aparentemente no guardan ninguna relación, están conectados a nivel simbólico o emocional.

Jung las definió como “la coincidencia en el tiempo de dos o más sucesos no relacionados causalmente, que tienen el mismo significado o valor para el sujeto que los experimenta”. Por ejemplo, le estás dando vueltas a un nuevo proyecto que te ilusiona, pero no acabas de decidirte cuando, de repente, encuentras una frase que parece hecha a tu medida o un podcast que habla precisamente de eso.

Jung pensaba que la vida no sigue un patrón lineal de causa y efecto. A veces, las cosas se alinean simbólicamente para darnos un empujoncito o avisarnos de que por ahí no es. El problema es que la sincronicidad junguiana no sirve de nada si estamos aferrados a la barandilla de la negación como si fuera un flotador en el que nos va la vida.

En realidad, no es que el universo conspire a tu favor o en tu contra. Esas pistas son más bien una invitación a mirar hacia adentro. Son una incitación a la pausa cuando hay demasiado ruido mental, para comprender qué queremos o qué estamos haciendo mal.

A veces la intuición toca a tu puerta, pero no abres.

Todos también tenemos una especie de radar interno: la intuición. Ese presentimiento que aparece sin que puedas explicar por qué. O la sensación de que debes ir en una dirección y no en otra.

Pero claro la intuición no usa un altavoz. No manda correos certificados. No es un semáforo en rojo que se ve a kilómetros de distancia. Más bien susurra y propone en voz baja, por lo que si tienes demasiado ruido mental, ni la escucharás.

De hecho, muchas veces intuimos que algo no va bien desde el principio, ya sea por una sensación de incomodidad física cuando estamos con alguien, esa vocecita que nos dice “mejor no lo hagas” o esa punzada en el estómago cuando aceptamos algo solo porque se supone que es lo que debemos hacer.

Como estamos entrenados para tomar la decisión más racional, muchas veces desoímos la intuición, los detalles del mundo a nuestro alrededor e incluso las propias señales que envía nuestro cuerpo. Hasta que la vida deja de susurrar y empieza a gritar. O sea, cuando sobreviene una crisis, una ruptura, un despido, una enfermedad psicosomática… Porque, sí, lo que no se escucha a tiempo, acaba encontrando su camino y generalmente se somatiza.

Empecinamiento, aferrarse a lo que más daño hace

Otra razón por la que no vemos las pistas es mucho más simple y devastadora: nos empeñamos. Queremos que algo sea cierto, aunque todo nos indique que no es así. Queremos que esa relación funcione, aunque nos destruya. Queremos que ese camino profesional sea el correcto, aunque nos esté dejando vacíos.

Nos auto-engañamos porque no soportamos la disonancia cognitiva, ese malestar interno que experimentamos cuando lo que creemos entra en conflicto con lo que vemos. Y en ese duelo, lo más fácil es ignorar la evidencia. Adaptamos la realidad a lo que queremos creer. Nos contamos historias fantásticas con más giros de guion que una serie de Netflix.

Y lo peor de todo es que, cuanto más invertimos en esa narrativa, más nos cuesta soltarla. Y claro, cuanto más nos aferramos, más ciegos nos volvemos a las señales de la vida, que comenzamos a catalogar como obstáculos molestos que no deberían estar ahí.

En lugar de asumir que una relación ya no funciona, preferimos pensar que es una mala “racha”. En vez de aceptar que ese trabajo nos está consumiendo por dentro, nos repetimos que es solo una fase. Y así seguimos ignorando las señales, alimentando el pensamiento: »no me digas que no es para mí. Ya he invertido demasiado en esto. Tiene que salir bien«.

Spoiler: las cosas no salen bien por decreto. Las cosas salen bien cuando hay coherencia entre lo que vives, lo que sientes y lo que eliges.

¿Cómo empezar a notar y seguir las señales de la vida?

Podrías esperar a que la vida te mande una señal con luces de neón, un megáfono y una banda sonora dramática de fondo. Pero lo más probable es que siga hablándote como siempre: con pequeños detalles, incomodidades sutiles y repeticiones incómodas. Si no entrenas tu radar interno, seguirás tropezando con la misma piedra, aunque te parezca que es nueva cada vez.

  1. Haz silencio. En medio del ruido y el caos, las señales de la vida se pierden. A veces hay que frenar. Deja de correr. Deja de hacer. Deja de planificar… Solo entonces, podrás mirar a tu alrededor y ver lo que ocurre con claridad. Quizás descubras que la vida siempre te estuvo diciendo lo mismo, pero tú estabas demasiado ocupado corriendo de un sitio a otro como para escucharlo.
  2. Presta atención a los patrones. Si siempre terminas con parejas que te abandonan, si siempre terminas quemado en los trabajos o si siempre terminas cediendo ante los demás… no es mala suerte, es un patrón. Y los patrones son señales de la vida. Mira dentro de ti para descubrir qué estás repitiendo y por qué. Solo así podrás romper ese bucle tóxico en el que te has metido.
  3. Escucha más allá de lo racional. No todo tiene una lógica inmediata. No siempre entiendes las cosas cuando suceden, pero la incomodidad es una señal lo suficientemente fuerte de que algo está pasando. Si algo hace ruido, aunque parezca perfecto en teoría, préstale atención. La intuición no necesita justificarse, solo necesita que la escuches.
  4. Revisa tus creencias más acérrimas. ¿Qué narrativa estás repitiendo que ya no encaja con la realidad? Tal vez sigues creyendo que si aguantas lo suficiente, todo cambiará. Que si te esfuerzas más, te querrán. Que si te tragas tus emociones, evitarás el conflicto. Por desgracia, eso no suele acabar bien. Por tanto, bucea en tu interior en busca de esas creencias que te mantienen atado a viejos patrones.
  5. Acepta las señales incómodas sin buscar culpables. No se trata de flagelarse, ni de culpar al universo o buscarle un sentido místico a cada evento. Se trata sencillamente de aprender a reconocer algo ya no está alineado contigo y tener el coraje de actuar en consecuencia. Toma nota de la realidad sin culpar y, a partir de ahí, decide qué hacer.

La vida te habla, tú decides si la escuchas o no.

La clave radica en desarrollar una mirada más sintonizada con tu experiencia, de manera que lo que quiere tu “yo” interior coincide con tu mundo exterior. Se trata de dejar de justificar lo injustificable, dejar de buscar confirmaciones donde solo hay contradicciones y entender que lo que se repite no es casual: es un mensaje.

Así que la próxima vez que sientas que algo no cuadra, que una persona te chirría o que la realidad te da bofetadas simbólicas, no ignores esas señales de la vida. No mires hacia otra parte esperando a que todo se solucione como por arte de magia o que los planetas se alineen. Quizás sea la vida susurrándote al oído: “por ahí no es” 

Tú decides si sigues empeñado en ese camino… o prefieres explorar otros.

https://maestroviejo.blog/cuando-la-vida-te-da-senales-pero-no-las-notas/

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